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miércoles, 24 de abril de 2013

Crítica


-¡Vamos chicos! ¡El crítico gastronómico está esperando ser sorprendido! Recordad mesa 10, el señor que parece a punto de parir gemelos por el tamaño de su barriga. ¡Hoy tenéis que ser los mejores!
La cocina funciona a un ritmo frenético, las verduras frescas son cortadas con una velocidad asombrosa, los fogones arden bajo sartenes que desprenden olores de carne, pescados y distintos bocados que ponen la boca salivando.
-¡Raúl! ¡Date prisa con el lenguado y con la salsa! Lleva esperando un buen rato.
-No puedo ir más rápido- responde secándose el sudor con el delantal blanco que cubre su cuerpo.
-¡Pues te pones el turbo! Nos jugamos tener un buen artículo en la mejor revista de la comarca. Sacar vuestro cocinero más experto del interior, ¡para algo os pago un pastón!
La joven de media melena examina cada plato entre sus propios gritos, lleva poco tiempo en el negocio de la hostelería, pero con su trabajo ha conseguido que su restaurante ganara fama y nunca quedara una mesa vacía en cada servicio.
-¿Dónde esta ese lenguado?
Un camarero de ojos verdes acerca un plato elegantemente decorado con una salsa blanquecina.
-¿Cómo tengo que explicaros que la guarnición que sacamos debe estar cortada en trozos pequeños? recordarlo, siempre menor a 5 mm, no es tan difícil. ¡Dadme un cuchillo! ¡Sois todos unos torpes! ¡Lo haré yo! 
La muchacha agarra el cuchillo con precisión y con elegantes movimientos de muñeca va cortando la verdura colocada encima del plato. 
-¿Veis? ¿tan complicado es? ¡Mierda!
Un corte profundo en un dedo provoca una marea de sangre densa en el plato de lenguado, transformando la salsa blanquecina en un color rojizo.
-¡Jefa! El crítico está desesperándose, amenaza con marcharse, espera el plato para ¡ya!- interrumpe en la cocina una atractiva camarera- ya no se cómo entretenerlo, le he servido vino y una tapa especial de la casa pero de eso hace ya veinte minutos. ¿Qué hago?
Todos miran a la sangrante joven expectantes. No hay tiempo de preparar otro plato.
Cogiendo el sangriento lenguado, y con la mejor de las sonrisas atraviesa las puertas de la cocina ante el silencio de una cocina que ha quedado muda por su reacción.
Siempre dijeron que era de sangre dulce, pensó al servirle con gracia el plato.
Algo que se corroboró al día siguiente cuando en la revista se pudo leer: 
“nunca pensé que un pescado tan común podría reventar en mil sabores en mi paladar. Es un placer para todos los sentidos, con una textura fina y absorbente, amarga al principio y al saborearla con cierto toque dulce que queda grabado en el estómago. No hay duda de que la joven restauradora Laira se deja la sangre en su negocio. Deseando probar de nuevo su “lenguado rojo”, altamente recomendable”.

martes, 23 de abril de 2013

Mi monstruo


- Tengo un monstruo en el armario- le dije muy seria mientras los restos del vino rosado bajaban por mi garganta en una caricia algo ardiente.
-¿En serio, un monstruo?- me responde tirando lento el humo del cigarrillo.
-Me gustaría que entraras en mi habitación y lo expulsaras.
-¿Y cómo se hace eso? ¿Abro las puertas del armario y lo amenazo? ¿le insulto? ¿le rocío con insecticida? 
Ambos reímos medio abrazados en el sofá tras abrir la tercera botella de vino. Ha sido un encuentro inesperado, habían pasado varios años sin tener noticia de él, y ahora unas fugaces miradas en la cola del supermercado han vuelto a acortar las distancias entre nosotros. Huelo su perfume, su aliento roza mis mejillas.
-Sí, podrías probar. ¿Quieres verlo?- le digo dándole un beso casto en los labios y arrastrándolo a través del pasillo hacía la habitación del fondo.
El cuarto está oscuro, y con un gesto veloz le indico que no apriete el interruptor, mi monstruo teme la luz, es muy vergonzoso.
-Pero, así no veré nada…
-¡¡Shhhh!!
Tapo su boca con una de mis manos y con la otra abro lentamente la puerta del armario, la cual cruje rompiendo el sonido de nuestros jadeos expectantes.
De dentro del armario sólo sale oscuridad y un leve olor a lavanda.
-Mira,¿lo ves? 
-Marta, aquí sólo hay oscuridad. No veo nada.
-Exacto, ese es mi monstruo. No puedo verlo nunca, pero sé que vive dentro de mi armario, incluso dentro de mi. Es como una sensación, una intuición. A veces sus instintos pueden conmigo y me encuentro destrozando los cojines del salón a mordiscos.
Un crujido de dentro del armario nos hace agarrarnos por la cintura.
-Marta, me asustas, como broma ha estado muy bien.
El olor a lavanda se hace más intenso, y un leve gruñido casi inaudible nos hace juntarnos tanto que su nariz se clava en mis gafas.
-Vale, ya está, creo que debo marcharme, mañana trabajo y es muy tarde.
-¿Pero… y mi monstruo?
-Ya es suficiente, tanta tontería me asusta, de verdad. Si estas bromeando para ya, ¡dilo!, me reiré, admitiré que cuando me marché no lo hice bien. Que debería haber recogido mis cosas de tu casa, que tendría que haberte dicho que ya no te quería, pero soy un cobarde, me marché sin avisar y siempre lo haré. Marta, si te hice daño lo siento. Pero déjate de bromas estúpidas, ya somos mayores.
De nuevo se escuchan los gruñidos, en esta ocasión se hacen mucho más fuertes.
-Joder, ¡esto es alucinante! Estas jodidamente loca.
Me da un empujón que separa nuestros cuerpos y sale corriendo a través del pasillo, oigo como cierra la puerta dando un portazo que hace retumbar las paredes.
Y allí, en medio de mi habitación empiezo a recoger las piezas de mi monstruo, varios jerseys, pantalones y sudaderas que se dejó olvidadas cuando se marchó y que con el paso de los años han cobrado vida. Él es mi monstruo, un recuerdo, una sensación de que jamás podré olvidar.