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miércoles, 18 de enero de 2012

La muerte es aburrida

Cuando consigue abrir los ojos se ve sumida en la más completa oscuridad. Apenas consigue respirar con normalidad en un cubículo tan cerrado, de repente deja de jadear y coloca su mano vendada sobre el pecho. No se mueve, no estoy respirando, piensa.
Los recuerdos comienzan a comerse el espacio en su cabeza que hasta ahora había ocupado la nada, un coche, un accidente, el hospital, el dolor, ahora lo entiendo, estoy muerta, se dice en un susurro.
Haciendo un gran esfuerzo intenta levantar la tapa del ataúd en el que esta encerrada, ni un puto cojín, piensa, esto es muy incómodo si es lo que me espera toda la eternidad.
Pega la oreja a la madera de su horrible cárcel, se escuchan llantos, un gemido es más fuerte que los demás, esa debe ser mi hermana, piensa, estará llorando porque le he destrozado el coche, se dice sonriendo.
Callada dentro de aquella caja de madera es testigo de su propio entierro, muy aburrido, no paran de rezar, de llorar.
El ataúd se mueve, de echo parece que esta en una centrifugadora y su cabeza golpea repetidamente contra la madera, “cuidado, un poco de respeto por la muerta”, grita.
Cogiendo todas las fuerzas que su mullido cuerpo lleno de arañazos, roturas y heridas le permite, comienza a golpear el ataúd, grita dejándose la voz “aquí no hay nada”, “la muerte es aburrida, sacarme de aquí”.
El trajín cesa,  “esta viva”, “es su voz” consigue entender entre tanto escándalo, de repente la luz…la tapa es retirada con rapidez.
Pero allí únicamente encuentran el cuerpo de un joven cadáver que hace un gesto obsceno a todos los asistentes al entierro que asoman sus cabezas en el barullo.
“Así, si puedo marcharme, que os jodan” susurra la muerta como último deseo.

domingo, 15 de enero de 2012

Olvido

Desnudo el ruido de mi mente desde la corta distancia que nos separa, deseo con todas mis fuerzas acercarme a ti y susurrarte al oído que te veo en mis sueños pese a que eres un desconocido, que te imagino mil veces rodeando mi cintura con tus rudas manos, mordiendo mi cuello.
Apenas me miras cuando el vagón del metro se detiene en la tercera parada y nos quedamos solos. Pareces triste, sumido en una terrible pesadilla. Luzco mi mejor sonrisa y respirando hondo me siento a tu lado.
Sin decirte nada te beso, hundo mi lengua en tu boca y cierro los ojos… desnudo el ruido de mi mente.
Al abrir mis ojos estas allí con cara de sorpresa “¿Me has recordado?, ¿sabes mi nombre, verdad?”, me acosas con mil preguntas pero yo no se que responderte.
Mi enfermedad solo me permite sentirte cerca algunos segundos, aquellos de los que te alimentas para continuar recordándome día a día que eres mi marido desde hace 10 años.