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martes, 23 de agosto de 2011

Escena


El hielo  tintineaba en el cristal del vaso repleto de whisky. Lo sujetaba un hombre entrado en carnes sentado en un sillón negro de cuero. Tenía los dientes amarillos y rotos, sus ojos demostraban que la piedad en su mundo no existía.
Postrado en el suelo ante él había un muchacho joven ,desnudo, un corte profundo recorría su cara desde la frente a la comisura de sus labios convirtiéndole en una masa sangrienta.
-Quiero un cigarrillo- grita el seboso hombre. Parece intentar levantarse pero su peso le impide que consiga apenas alzarse unos centímetros del sillón.
Una mujer atractiva, de forma mecánica aparece en escena, la ropa marca sus caderas. Su cara carece de expresión. Lleva un cigarrillo que enciende en su boca, con un sensual gesto se lo pasa al hombre que parece a punto de reventar por el sobrepeso, ambos observan a su victima. Da una larga calada al cigarro.
-Ahora apágaselo en el muslo, en el derecho, parece que necesita escarmentar. A mi nadie me traiciona.-su voz es grave y algo gangosa.
La mujer parece asustada, pero recomponiéndose el pelo rubio empieza a tranquilizarse y obedece. El muchacho grita ante la quemadura del cigarrillo que se hunde en su piel, se retuerce en el suelo, aunque las cadenas que rodean su cuello, muñecas y tobillos apenas le dejan alguna movilidad.
-¿Quién te pago para que dijeras…?…¡Mierda!
Parece quedarse en blanco. 
La mujer rompe a carcajadas y desaparece.
-¡¡¡Corten!!!…se oye una voz potente y las luces de la sala se apagan.
-¿Cómo coño tengo que decirte que memorices bien el guión?…¡la toma era perfecta!.



jueves, 18 de agosto de 2011

Jeliel


Los huesos le dolían, con cada paso las rodillas crujían de manera peligrosa. Apenas conseguía estar erguido. El traje negro resaltaba el blanco enfermizo de su piel, enfatizando las grandes ojeras que rodeaban sus ojos verdes.
Daba golpes con la punta de su bastón mientras esperaba al ascensor, sincronizaba cada golpe con el latido de su corazón. Notaba que se apagaba poco a poco.
Una vez en el ascensor se observa en el grandilocuente espejo que reina el pequeño cubículo. Huele a perfume caro de mujer, quizás sea la vecina del quinto, piensa mientras se desabrocha la camisa desde abajo.
Recorre los botones con cierta desesperación, dejando ver el corsé negro que mantenía sus huesos en posición, las tiras de cuero se le hincaban en la piel, dejando unos cortes que emanaban sangre. 
Cuando se quita el corsé observa su dorso exento de ombligo y pezones. Un sudor frío recorre su cuerpo.
Un agujero en su espalda deja ver el interior de su cuerpo, dentro del mismo están sus alas blancas retraídas, con mucho esfuerzo las saca al exterior, parecen unas alas de pájaro, han perdido color y apenas queda alguna que otra pluma a punto de caer.
Sus ojos ahora se centran en la sangre que chorrea por los costados. Dando un suspiro se tumba en el frío suelo de mármol del ascensor y deja de respirar, se centra en rememorar cuando eran considerados caídos del cielo y se les daba importancia, ahora nadie se percataba, nadie les reclamaba,
“a fin de cuentas los Ángeles ya no están de moda“, piensa por última vez.


viernes, 5 de agosto de 2011

Juguete muerto

-Mamá, mi muñeca no respira.
La niña lo dice muy seria, sostiene entre sus manos una muñeca de trapo rubia, la cual mece con mucho cuidado.
-Los juguetes no respiran, cariño. Nunca lo han hecho.
Parece sorprendida, con delicadeza deja la muñeca en las rodillas de su madre, que esta sentada leyendo en el sofá.
-Cúrala, dejó de respirar hace un rato.
-No voy a dejarte ver series de médicos, luego te obsesionas y todo parece que necesita cuidados en esta casa.- aparta la muñeca de sus piernas y se concentra en la lectura.
-Tú eres médica mamá.
-Soy veterinaria, si fuera un perro lo curaría pero no sé salvar vidas de juguetes.
La pequeña hace pucheros, se agarra la falda verde con dibujos de animales y se tapa la cara. Se sienta en el suelo muy cerca de su madre y comienza a susurrar una letanía.
-¡Déjate ya de tonterías o estarás castigada en tu habitación!
Los susurros cesan pero un llanto de angustia lo sustituye.
-¡Vale! ¡Vale! la salvaré, necesito concentración  cuando este de nuevo curada te avisare.
La cara de la pequeña aparece entra la falda, se seca los mocos con la misma y se va dando saltos hacia el pasillo que la lleva a su  habitación.
Una vez sola la madre vuelve a concentrarse en el libro, pero un impulso le hace mirar la muñeca colocada de mala manera a su lado. Parece mentira, piensa, me dejo llevar por juegos infantiles.
Coge la muñeca y la observa detenidamente, esta amarillenta y rota por muchas partes.
No merece la pena ni intentar coserla, dice en voz alta.
La tira a la basura, procurando esconderla entre los restos de la cena, y decide continuar con el libro que había dejado a medias.

Cuando llega al salón la muñeca esta en el sofá, tiene restos de plátano por el cabello rubio.
Enfadada vuelve a tirarla a la basura, cierra la bolsa y la saca a la escalera.
-¡Claudia! Que sea la última vez que rebuscas en la basura.

La niña le mira perpleja.
-No pongas cara de inocente y lávate las manos ¡por dios!.
La pequeña parece contrariada, se observa las manos y se va callada hacia el baño donde la madre escucha el grifo. Decide ir a decirle que mañana comprarían una nueva muñeca, que esa era muy vieja.
Al entrar el aseo de azulejos blancos encuentra a su hija lavando la maldita muñeca, esta vez esta mucho más sucia, el vestido tiene restos de arroz y su pelo tiene color rosa, probablemente de una gelatina caducada que había tirado.
-¿Cómo?
Su hija levanta el juguete de trapo que chorrea agua sucia y se la tiende a la perpleja madre.
-Es mejor que la cures, es muy cabezona, y no va a parar hasta conseguirlo. A veces me da miedo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

El escondido que espera

Refugiado en la oscuridad de la noche y desde aquella posición un tanto incómoda podía observarla sin ser visto. Llevaba varios días vigilando cada movimiento de aquella muchacha, no se trataba de ningún encargo de un marido celoso sino de poder sucumbir sus deseos de conocer más de ella.
Llevaba un vestido de flores ajustado que marcaba cada cuerva de su cuerpo, el pelo suelto le llegaba hasta la cintura y cerrando los ojos se imaginó acariciándolo. Parecía algo molesta, buscaba en su bolso algo que parecía no encontrar.
-Quizás me buscas a mí- susurra aún escondido.
Él va con un traje de chaqueta negro, se ha peinado cuidadosamente colocando cada mechón oscuro de su pelo con gomina en el lugar oportuno. Sabía que no tenía mucho tiempo, ella esperaba a un muchacho que la recogería en un maldito mercedes azul que tanto había deseado que desapareciera.
Había pensado y planeado tantas veces lo que le diría delante del espejo que se sentía un estudiante a punto de someterse a un delicado examen final.
Colocándose la chaqueta y saliendo de su escondite se dirige hacía el portal donde la chica continúa esperando, ahora habla por móvil, parece bastante irritada.

-¡No! Ya hablamos de eso, sabes que no…
-Yo nunca te haría esperar.-Dice la frase rápido, casi susurrando, nervioso.
-¿Perdona?
-Yo…esto…nunca te haría esp…esperar.

Ella le mira algo preocupada, se retira el pelo de la cara y le da la espalda.
¿Cómo ha podido darle la espalda? Se supone que ella le habría dicho que le quería y se irían juntos…¿Cómo ha sucedido? Algo ha hecho mal… deshaciendo sus pasos a plena carrera vuelve al escondite, allí se retoca el pelo y sale de nuevo…una vez a la altura de la chica, que le mira ahora con miedo, vuelve a repetir la misma frase.
-¡¡Yo nunca te haría esperar!! –esta vez lo dice gritando, jadeando por la carrera, casi amenazándole.
Ella grita, se aleja corriendo hacia la calle, busca con la mirada dónde esconderse, alguien a quien pedir ayuda…él le sigue, grita la frase una y otra vez, su cuerpo se mueve en espasmos regulares…el mercedes azul llega a demasiada velocidad y no consigue esquivarlo..

…hoy, desde el psiquiátrico él es conocido como "el escondido que espera". Y en su vocabulario solo repite una y otra vez la frase que le llevo a la locura.