Observo el vagón.
Montada en el primer tren de la mañana busco la persona que me haga rejuvenecer.
Un anciano duerme roncando con furia, alargando cada ronquido teatralmente. Quizás sueña con su juventud y las cosas que ha dejado por hacer. No, él no.
Una madre mece entre sus brazos a un pequeño niño que se niega a dejarse vencer por el sueño, mierda, pienso, él sí hubiera valido.
Apenas hay gente, debería haber esperado el siguiente tren, pero no debo llamar la atención. Mi piel pálida deja ya entrever el entramado de mis venas, el invierno me permite taparlas con ropas largas… temo la llegada del verano.
Me incorporo lentamente del asiento para examinar más detenidamente a los pasajeros.
Allí estas, mirando a través de la ventana del vagón, inmerso en tus pensamientos y luchando por impedir que tus ojos se cierren. Bostezas, tanto que parece que tu mandíbula caerá rodando a tus pies.
Sonrío, en apenas varios minutos me devolverás la vida.
Cansada, desesperada, me levanto y me siento a tu lado.
-Buenos días- te digo mostrando la mejor de mis sonrisas ensayadas delante del espejo.
-Hola- respondes sorprendido.
-Me llamo Julia, te he estado mirando y pareces muy cansado. ¿Vas muy lejos?
-A visitar a mis padres, voy a Alicante, en apenas media hora estaré allí pero…
-No temas, yo te despertaré cuando lleguemos. Duerme. Tienes muy mala cara y a mi no me importa.
Pareces convencido y colocando la chaqueta como almohada cierras los ojos. En apenas cinco minutos caes en un sueño profundo. Coloco mi mano sobre tu pierna, la acaricio, descansas tranquilo, sin saber que robo tus sueños.
Sí, me alimento de ellos, pero se hace cada día más difícil, ya apenas nadie sueña con cosas agradables.