El despacho era elegante, acogedor, un ramo de rosas blancas decoraba la mesa de roble, donde un montón de hojas descansaban de las manos ágiles de aquel psicólogo que no dejaba de escribir.
-¡Pare ya! ¡deje de escribir todo lo que le cuento! ¡me pone nerviosa!
Él cesa de transcribir mis palabras con una leve sonrisa, con agilidad esconde el bolígrafo color plata dentro del bolsillo de su americana.
Me observa, se supone que en silencio, pero el problema que me ha llevado a su consulta impide que conozca el sonido del silencio.
Yo no hablo, me limito a frotar las palmas de mis manos. Elimino el sonido de mi cabeza tarareando.
-¿Cuánto tiempo hace que tiene ese problema?- me dice con voz melosa.
-No lo recuerdo, desde hace semanas, meses.. sólo sé que no aguanto más. Estoy volviéndome loca. Lo escucho todo el tiempo, un “tritritritritri” constante dentro de mi cabeza. Como si mi cerebro estuviera rompiéndose.
Golpeo mi cabeza con las manos, el sonido aumenta y apenas consigo escuchar lo aquel atractivo hombre esta diciéndome.
Con amplia elegancia se levanta del sillón rojo colocado enfrente de mí. Remanga su americana dejando ver unas muñecas perfectas.
-¿Me deja comprobar…“tritritritti“
-¡Haga lo que quiera, pero apague el sonido o me suicidaré aquí mismo.
Se acerca con rapidez y coloca sus manos en mi cabeza, examina cada rincón de mi cabello.
Al llegar a las orejas se detiene con delicadeza, esta manipulando algo.
De repente, la nada, la nada más deliciosa, el silencio. Ya no hay interferencias en mi cabeza.
-¿Lo oye? ¿se marchó el ruido?
-Sí, ¡es increíble! ¡usted es increíble!- le digo abrazándole con efusividad.
-¡Cálmese! Lo único que he hecho ha sido bajar el volumen de su sonotone.
El rubor llega a mis mejillas… soy una completa imbécil, me digo a mi misma.