Llevaba horas esperando, sentada en el acolchado sillón del salón. Con la única compañía de sus latidos y de su tranquila respiración.
Observa en silencio el enorme reloj de la pared, al principio había amenizado su espera con el sonido leve del televisor, hasta que se sorprendió a sí misma maldiciendo en voz alta a los vendedores de la Teletienda, observando cada anuncio de instrumental de cocina que no le encontraba uso, escuchando videntes que prometían soluciones fáciles y baratas con sólo una llamada, cuando tenía el teléfono en la mano a punto de marcar el maldito “906“ decidió apagar el televisor y dar la vuelta al sillón, de cara a la pared blanca del salón, mirando el precioso reloj colgado en la misma.
Se concentra en el paso de las horas, examina el camino de las manecillas del reloj, con un marcado y ensayado camino de minutos y segundos.
Ella espera, paciente. Hace días que no recibe visita alguna, vaga solitaria por una casa que ya no le es familiar. Viviendo los días sin ánimo de continuar, revisando las fotos con su supuesta familia que ya ni la visitaban en su vejez. Esperando.
Las noches se hacían largas, no entraba al dormitorio más que por alguna muda o quitar el polvo a los muebles, odiaba aquella cama de matrimonio, no podía dormir en un colchón que se le hacía enorme, con kilómetros de sábanas y almohada sin compartir.
El reloj marca las cuatro de la madrugada, cansada, con bolsas debajo de los ojos y arrugas marcadas por todo el cuerpo, se levanta sintiendo latigazos en sus huesos, con el sufrimiento marcado por el paso de los años que arrastraba con parsimonia. Arrastrando los pies se adentra en la pequeña cocina de azulejos azules.
Varios posits de colores chillones le recuerdan el funcionamiento de los electrodomésticos, “si quieres calentar la leche usa el primer programa, sólo 10 segundos”, decía un posit rosa en el microondas. “Las galletas están en el primer armario, en un tarro de cristal”, “apaga el gas tras cocinar”, “en la nevera tienes comida para toda la semana, sólo tienes que calentarla”, incluso hay una cartulina enorme, color crema, pegada con celofán en el centro del frigorífico donde con letras alegres se lee “Recuerda que te queremos, mamá” acompañando las palabras con una foto de tres chicas sonrientes en el centro de un parque, abrazadas a una mujer, todas tenían flechas donde en el extremo superior ponían los nombres “Laura, Silvia, Clara” y “esta eres tú”.