Visitantes

domingo, 30 de septiembre de 2012

¿Recuerdos? ¿qué es eso?


Llevaba horas esperando, sentada en el acolchado sillón del salón. Con la única compañía de sus latidos y de su tranquila respiración.
Observa en silencio el enorme reloj de la pared, al principio había amenizado su espera con el sonido leve del televisor, hasta que se sorprendió a sí misma maldiciendo en voz alta a los vendedores de la Teletienda, observando cada anuncio de instrumental de cocina que no le encontraba uso, escuchando videntes que prometían soluciones fáciles y baratas con sólo una llamada, cuando tenía el teléfono en la mano a punto de marcar el maldito “906“  decidió apagar el televisor y dar la vuelta al sillón, de cara a la pared blanca del salón, mirando el precioso reloj colgado en la misma.
Se concentra en el paso de las horas, examina el camino de las manecillas del reloj, con un marcado y ensayado camino de minutos y segundos.
Ella espera, paciente.  Hace días que no recibe visita alguna, vaga solitaria por una casa que ya no le es familiar. Viviendo los días sin ánimo de continuar, revisando las fotos con su supuesta familia que ya ni la visitaban en su vejez. Esperando.
Las noches se hacían largas, no entraba al dormitorio más que por alguna muda o quitar el polvo a los muebles, odiaba aquella cama de matrimonio, no podía dormir en un colchón que se le hacía enorme, con kilómetros de sábanas y almohada sin compartir.
El reloj marca las cuatro de la madrugada, cansada, con bolsas debajo de los ojos y arrugas marcadas por todo el cuerpo, se levanta sintiendo latigazos en sus huesos, con el sufrimiento marcado por el paso de los años que arrastraba con parsimonia. Arrastrando los pies se adentra en la pequeña cocina de azulejos azules. 
Varios posits de colores chillones le recuerdan el funcionamiento de los electrodomésticos, “si quieres calentar la leche usa el primer programa, sólo 10 segundos”, decía un posit rosa en el microondas. “Las galletas están en el primer armario, en un tarro de cristal”, “apaga el gas tras cocinar”, “en la nevera tienes comida para toda la semana, sólo tienes que calentarla”, incluso hay una cartulina enorme, color crema, pegada con celofán en el centro del frigorífico donde con letras alegres se lee “Recuerda que te queremos, mamá” acompañando las palabras con una foto de tres chicas sonrientes en el centro de un parque, abrazadas a una mujer, todas tenían flechas donde en el extremo superior ponían los nombres “Laura, Silvia, Clara” y “esta eres tú”.




Calienta la leche según las indicaciones, y luchando contra su pulso por no derramarla, vuelve al sillón dónde pasar las horas hasta que sus recuerdos tengan la amabilidad de visitarle, de devolverle su vida.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Besos entre camiones



La señal de tráfico indicaba que el área de descanso estaba cerca. Deseaba llegar con todas sus fuerzas, no iba a repostar gasolina, ni a comprar una urgencia en la gasolinera… acudía a la cita de todos los domingos.
Esperaba que llegara ese día desde que abría los ojos por la mañana, hasta que se obligaba a cerrarlos cuando las sombras de la luna, sobre las paredes de su cuarto, jugaban traviesos a recrear figuras.
Llegaba tarde, él probablemente ya habría elegido un sitio bajo cualquier sombra entre camiones.
Baja del coche veloz, y se adentra con paso firme en el parking donde varios camiones descansan en letargo silencioso de kilómetros bajo sus ruedas.
No tarda en encontrarlo dentro su coche, aparcado donde nadie podía verlos. Donde cómo cada domingo activarían boca y labios en mil besos infinitos.
Saltaban uno encima del otro, dándose calor y arrastrando el corazón, pasando las horas dentro del coche entre camiones.
Cuando la misma luna que jugaba en su habitación, iluminaba sus cuerpos desnudos, cosían sus labios. Regresando camino inverso hacia sus respectivas casas y monotonía.
Esperando de nuevo la llegada del siguiente domingo y sus besos.


Basado en: Anna Roig "Petons entre camions".

lunes, 24 de septiembre de 2012

Por un momento


Parada frente al mar, mientras el mundo gira, dejo que mi alma se relaje.
Me angustia tanto tráfico, tanto cambio de color en los semáforos, las prisas, las obligaciones. Tanto giro imprevisto.
El sinsentido en el que vivo, las dudas, los millones de besos que me debes.

Sentada en la arena, mientras el mundo gira, dejo que mi imaginación viaje entre andenes que jamás pisaré.
Te imagino a mi lado, sosteniendo una maleta con un espacio vacío que llenar. Invitándome a pensar que puede llegar a ser un algo infinito.

Sentada cara a cara con la luna, dejo que las palabras guardadas en mi garganta escapen. 
Y así, mientras el mundo sigue girando, vuelo libre por un momento. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

Pide un deseo


El camino había sido largo, extenuante. El calor había cubierto mi cuerpo en una capa de sudor que hacía que la ropa quedará convertida casi en una segunda piel. 
Pese al cansancio y las ganas de tumbarme bajo las pocas sombras del camino, mantengo un paso bastante rápido. Ayudada por un pequeño mapa dibujado a mano y con poco pulso, sigo las instrucciones de su autor. Mi querido abuelo, que en sus últimos susurros antes de marcharse a discutir con la muerte, me había confesado que conocía un secreto, “conozco un sitio, es perfecto, allí sentirás que la alegría invade tu cuerpo como si un dulce príncipe entrará dentro de tus carnes e hiciera inspección en tu mina”, dulces sutilezas de mi abuelo.
Una gruesa cruz roja marca una casa de tejas azules, una llave en mi bolsillo llora esperando que sea usada. Quemándome su metal en mis manos abro la puerta con miedo, ninguno conocíamos que entre las propiedades del “viejo” existiera más que el piso del centro.
La casa huele a humedad y a orín, los excrementos de rata decoran el escaso mobiliario.
En el mapa, en letras pequeñas se puede leer “allí sólo tendrás que pedir un deseo”.
¿Locura? ¿demencias febriles? Quizás.
Me siento en una destartalada silla de madera que me devuelve como saludo un escupitajo de polvo.
Quizás haya perdido el tiempo, quizás esta casa abandonada sólo puede aportarme una infección… observo con detenimiento la estancia: tres sillas, una mesa, un pequeño armario con algunas perchas de metal y un vacío de oscuridad, una pequeña lámpara…
Agarro la lámpara y en un gesto de aventurera la froto con fuerza: “vamos genio de la lámpara, he recorrido descampados y caminos de cabras a pleno sol para llegar hasta aquí, ¿apareces?”.
Nada.
“Geeeenio, quieroooo, quieroooo… que caiga una droga del cielo… puro veneno, que haga del mundo un lugar más ameno y respirar, que entre bien dentro…” lo digo cantando a pleno pulmón sintiendo las letras de Robe como propias.
Y ¡¡¡zas!!!. El techo se abre en un estruendo gigantesco, levantando humo, llenándome de escombros y de un dolor en el costado al caer contra el suelo. Entre el humo por el derrumbe, como en un concierto de rock, aparece un hombre descalzo, medio desnudo, con el pelo enmarañado y la piel ennegrecida… en sus manos sostiene una jeringuilla que milagrosamente ha resistido la caída.
Yo río, la carcajada sale de mi cuerpo como si buscara libertad.
No era exactamente lo que había pedido, pero ¿qué puedo esperar de mi abuelo y de sus fábulas?.
“¿Quieres?” me dice el drogadicto con una sonrisa sin dientes.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Saben demasiado


"Las cosas, muchas veces, no suceden como quieres", me decía mi padre cuando me sentaba en su regazo, en las esporádicas visitas que nos permitían hacerle.
Observo mi alrededor, me siento sola, vacía, confusa.
Esa confusión se aferra a mi interior como un vampiro chupando las últimas gotas de sangre reseca de su víctima, se aferra tanto, que ya, apenas se quién soy.
Me observo en el espejo y pienso "Vamos, sonríe, ¡tú sabías hacerlo!", pero la horrible mueca que me devuelve su reflejo me hace temblar y sollozar cómo un crío.
No quisiera ser mi almohada, no quisiera ser mis manos. Saben demasiado.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Revisión


Llamo a la puerta donde un cartel anuncia “revisión de examen, de 10:00 a 11:00“. Respiro hondo y recoloco mi camisa.
-Pase- dice una voz desde dentro.
Abro la puerta metálica. El profesor sentado detrás de la ruda mesa me observa subiendo con agilidad sus gafas sobre el puente de su nariz con un gesto divertido.
-Buenos días señorita, no esperaba verla por aquí, su examen era un claro suspenso.
-Quiero revisar mi examen. Yo no lo tengo tan claro.
-¿Revisar? Con lo torpe que es...
-¿Perdone?- me siento, tirando el bolso sobre el suelo del despacho- quizás el examen que puso era tal mierda que ni usted con todas esas neuronas y años de experiencia podría resolverlo en una hora.
Me mira serio, muy serio, se quita las gafas con la lentitud de una tortuga reumática.
-Si tiene el suficiente valor ¡repita de nuevo lo que ha dicho!.
Me levanto y me coloco a la altura de sus ojos.
-Lo repito, es un pésimo profesor… no sabe explicar, apenas entiendo lo que escribe porque su caligrafía es de un niño de primaria con temblores. 
Mantenemos una lucha de miradas de odio, repugnancia y asco infinito.
-¡Váyase! ¡esta aprobada con la condición de que no vuelva a verla en la vida!
-Daría lo que fuera porque una losa gigantesca cayera sobre su cabeza… pero me conformo con un aprobado. 
Y así, recogiendo mi bolso y cerrando con hostilidad la puerta salgo de su despacho con una sonrisa.