Después de más de una hora en disimular mi mala cara bajo una capa de maquillaje y de elegir el vestido adecuado salgo de casa dando un portazo.
Voy a cumplir una apuesta, una apuesta importante. En mi mano derecha descansa un maletín de cuero negro, en la otra un temblor débil es el único indicador de mi nerviosismo.
Los tacones resuenan en la calle medio vacía, hace calor y comienzo a sentir como mi flequillo se va mojando por el sudor.
No importa, camina, me digo a mi misma.
Llego al banco donde debo cumplir la apuesta y entro segura.
-¿Puedo ayudarle?- un señor engominado y con cara de vivir en un continuo sufrimiento se interpone en mi camino.
-Emmm…creo que usted no- le contesto mostrando indiferencia y algo de asco mientras sigo caminando hacia el interior, hacia el despacho del señor Soler, el supervisor del banco.
-Perdona señorita, pero, si no tiene una cita, él….-dice dando pequeños saltos y colocándose delante de mi con los brazos cruzados.
Él tapa mi camino, me mira con agresividad, con cara de toro salvaje a punto de cornear.
Con calma levanto el maletín y lo coloco a la altura de sus ojos.
-Aquí hay algo importante. Algo que jamás habéis tenido en este banco y que tú, señor “apatías” , no podrás tener en toda tu maldita vida.
Mi respuesta le aturde y poco a poco, como una roca desgastándose por el roce del agua se aparta y me indica que continúe.
Entro al despacho sin llamar.
-Verá no tengo mucho tiempo, ni quiero gastarlo en este horrible y apestoso banco.
El hombre que teclea en un ordenador levanta la vista y me observa confundido.
-Pero… si no tiene cita… yo no…- me observa con curiosidad deteniéndose en mis pechos. Hace el amago de levantarse para tenderme la mano.
-No se moleste en levantarse. Aquí tengo lo que quiero ingresar- le digo soltando con rabia el maletín en su mesa.
Él se sorprende.
-Quiero ingresar toda esta pasta. Dentro tiene toda la información que necesita, el nombre y el tipo de cuenta al que quiero depositarlo. Sé que es inteligente y que será discreto. Confío en usted- le respondo mientras me muerdo el labio.
-Señorita…¿con quién estoy teniendo el gusto de hablar? Debe saber que las cosas no funcionan así. Esto tiene un trámite.
-Se que puede saltarse cualquier trámite, por eso vengo a usted- le digo jugueteando con mi pelo y dejando que su mirada se clave en mis pechos de nuevo- no puedo quedarme más, apenas tengo tiempo. Si me perdona, debo marcharme. Sea discreto y no cree un jaleo de esto.
Me marcho sin más.
Al salir me despido del “mala leche” con un gesto despectivo y quitándome los tacones salgo corriendo.
Corro, corro como nunca, dejando que el aire entre en mis pulmones y salga despacio. No tengo mucho tiempo antes de que el señor director descubra que dentro del maletín la supuesta pasta son unos cuantos kilos de macarrones y espaguetis y una nota que pone “si quiere pasta aquí la tiene, la puede cocinar o jugar ha hacer collares con sus hijas, así puede seguir jugando con la pasta de los demás”.