Visitantes

lunes, 30 de julio de 2012

Encerrada


Quisiera decirle tantas cosas en tan poco tiempo que no se cómo ordenar las palabras para conseguirlo.
Camino rápido, siguiendo los pasos del celador que me conduce hacía la sala de visitas.

La puerta se abre tras tres vueltas de llave, el señor que me acompaña me abraza con entusiasmo y con una rancia sonrisa señala un cartel desgastado por el tiempo donde se indica “Tienes 15 minutos, disfruta de la visita”.
Me abruma tanta amabilidad, todo son “gracias”, “pasa un buen día”, o “por favor tome la medicación” y los “buenas noches, recordar que sois especiales” que suenan por megafonía cuando las luces son apagadas.
Entro nerviosa arreglando mi batín blanco ceñido. Allí estás, vestido con tu camisa a cuadros azules a juego con tu mirada. Te levantas rápido, sonriendo y esperas que la distancia se acorte.
-Hacía tiempo que no venías- consigo decir cuando me hundo en tu pecho en el abrazo que me regalas.
-¡Shhh!- me respondes acariciando mi espalda.-¿Cómo estás? Pareces relajada.
-¿Relajada? ¡Odio este sitio! ¡Necesito salir!
Tu rostro cambia de expresión, y negando con la cabeza sacas del bolsillo una foto que colocas en mi manos.
En ella hay una mujer preciosa, viste una camiseta amarilla que parece diseñada para resaltar su belleza, sonríe, pero no de cualquier forma, cualquier persona pagaría por verla sonreír de esa manera. Aparece abrazada a él de forma cariñosa. Una oleada de envidia recorre mi cuerpo para ser escupida en un grito de amargura.
-¿Quién es?- consigo decir apretando los labios.
-Eres tú, cuando sonreías, por eso estas aquí. Sólo puedes salir cuando vuelvas a hacerlo. 

viernes, 27 de julio de 2012

Todo el tiempo


Piensa, piensa, sólo quedan 30 segundos.
Ella recoge apresuradamente sus cosas y las arroja con furia en la maleta abierta encima de la cama.
Joder, ¿qué le digo?. 
No me mira, apenas me ha hablado, solo me ha dicho que era el fin.
-Quiero… quiero decirte algo. 
Nada, parece que mi voz apenas es un susurro leve y ella me ignora. Empieza a cerrar la cremallera de la maleta.
-¡Para! ¡Para!¡Joder! ¡déjalo ya! ¡es imposible!
Ella deja la maleta en el suelo y retirándose el pelo de la cara con un bufido me observa fijamente.
-Imposible eres tú. ¿Sabes que te digo? Cuando aprendas a querer me llamas… mira déjalo, ni me llames. ¡Que te den! ¡y bien fuerte!.
Da un patazo a la maleta justo antes de que la alarma indique que el tiempo ha acabado.
Ella me mira soltando una carcajada bailarina.



-No, no creo que este sea un buen final- me dice sonriendo.
-Estoy demasiado colapsado.
-¿Lo intentamos de nuevo?.
Y así, conectando la alarma del reloj, recreamos una y otra vez  la posible escena del final.

miércoles, 25 de julio de 2012

Apuesta



Después de más de una hora en disimular mi mala cara bajo una capa de maquillaje y de elegir el vestido adecuado salgo de casa dando un portazo. 
Voy a cumplir una apuesta, una apuesta importante. En mi mano derecha descansa un maletín de cuero negro, en la otra un temblor débil es el único indicador de mi nerviosismo.
Los tacones resuenan en la calle medio vacía, hace calor y comienzo a sentir como mi flequillo se va mojando por el sudor.
No importa, camina, me digo a mi misma.
Llego al banco donde debo cumplir la apuesta y entro segura.
-¿Puedo ayudarle?- un señor engominado y con cara de vivir en un continuo sufrimiento se interpone en mi camino.
-Emmm…creo que usted no- le contesto mostrando indiferencia y algo de asco mientras sigo caminando hacia el interior, hacia el despacho del señor Soler, el supervisor del banco.
-Perdona señorita, pero, si no tiene una cita, él….-dice dando pequeños saltos y colocándose delante de mi con los brazos cruzados.
Él tapa mi camino, me mira con agresividad, con cara de toro salvaje a punto de cornear.
Con calma levanto el maletín y lo coloco a la altura de sus ojos.
-Aquí hay algo importante. Algo que jamás habéis tenido en este banco y que tú, señor “apatías” , no podrás tener en toda tu maldita vida.
Mi respuesta le aturde y poco a poco, como una roca desgastándose por el roce del agua se aparta y me indica que continúe.
Entro al despacho sin llamar.
-Verá no tengo mucho tiempo, ni quiero gastarlo en este horrible y apestoso banco.
El hombre que teclea en un ordenador levanta la vista y me observa confundido.
-Pero… si no tiene cita… yo no…- me observa con curiosidad deteniéndose en mis pechos. Hace el amago de levantarse para tenderme la mano.
-No se moleste en levantarse. Aquí tengo lo que quiero ingresar- le digo soltando con rabia el maletín en su mesa.
Él se sorprende. 
-Quiero ingresar toda esta pasta. Dentro tiene toda la información que necesita, el nombre y el tipo de cuenta al que quiero depositarlo. Sé que es inteligente y que será discreto. Confío en usted- le respondo mientras me muerdo el labio.
-Señorita…¿con quién estoy teniendo el gusto de hablar? Debe saber que las cosas no funcionan así. Esto tiene un trámite.
-Se que puede saltarse cualquier trámite, por eso vengo a usted- le digo jugueteando con mi pelo y dejando que su mirada se clave en mis pechos de nuevo- no puedo quedarme más, apenas tengo tiempo. Si me perdona, debo marcharme. Sea discreto y no cree un jaleo de esto.
Me marcho sin más.
Al salir me despido del “mala leche” con un gesto despectivo y quitándome los tacones salgo corriendo. 
Corro, corro como nunca, dejando que el aire entre en mis pulmones y salga despacio. No tengo mucho tiempo antes de que el señor director descubra que dentro del maletín la supuesta pasta son unos cuantos kilos de macarrones y espaguetis y una nota que pone “si quiere pasta aquí la tiene, la puede cocinar o jugar ha hacer collares con sus hijas, así puede seguir jugando con la pasta de los demás”.



martes, 24 de julio de 2012

Esa risa


Por sus manos han pasado muchas mujeres. Pero ella es distinta. Huele a coco y vainilla, su pelo negro tapa a medias su rostro, por un momento piensa en retirarlo y besar su mejilla, pero ella descansa tumbada muy cerca, con una respiración tranquila y rítmica que él no se atreve a romper.
Es perfecta, piensa, mientras acaricia con cuidado su pierna. Su piel es suave, es familiar, como si esa piel estuviera destinada a ser tocada por aquella manos largas y hábiles. 
Ella gime en sueños.
¿Cómo se llamaba? ¡joder anoche me lo dijo en el bar!, su risa es como un cascabel, eso sí lo recuerdo, bebía cerveza que sostenía con sus pequeñas manos de uñas rosas.
No se su nombre, mierda.
-Buenos días- dice ella rompiendo su pensamiento, mientras restriega sus ojos.
-Esto… ¡hola!. Pensaba que habías entrado en coma. 
Ella ríe, esa risa que se cuela por sus tímpanos para refugiarse en su pecho. 
-Quiero preguntarte algo, pero no se cómo. Verás… no recuerdo… no recuerdo tu nombre.
De nuevo la risa. Esa risa.
-¿No lo sabes? Quizás sea porque no te lo dije, soy Cascabel. Encantada.- dice besando su mejilla y levantándose con energía.
Cascabel. Es el nombre perfecto. Es la risa perfecta.

lunes, 23 de julio de 2012

La fiesta


La música suena alta, quizás demasiado pues las conversaciones se convierten en gritos.
Los invitados bailan, sonríen, todo marcha como era de esperar en una fiesta de bienvenida.
Ella es joven, de mirada marrón miel, sus labios rojos le dan aspecto voraz, recuerda a una loba a punto de atacar contra la vena del cuello de cualquiera que la incomode. Sin embargo se contonea y deja que su vestido azul marque el contorno de su cuerpo, dejando que sus caderas sean el centro de atención de miradas fugaces y susurros lascivos.
Acaba de llegar al “vecindario“,  todo ha sido muy precipitado, en apenas unos meses su vida ha dado un giro radical. No esperaba un recibimiento. De hecho le habían comentado que era un lugar demasiado tranquilo, que muchos perdían la cabeza ante el silencio y la soledad del lugar, pero el saber que su cama mullida color roble estaría en un lugar soleado y con olor a rosas le hizo tomar la decisión de instalarse en el Cementerio Norte de la Ciudad. 
Una pancarta en el centro del jardín con letra chillonas reza “Bienvenida Laira, aquí tendrás el descanso eterno”.
Ella sonríe. La muerte ha llegado demasiado pronto, pero sus nuevos vecinos parecen simpáticos. La fiesta de los muertos es un buen comienzo.

domingo, 15 de julio de 2012

Secuestro


La rozadura de las cuerdas sobre sus muñecas le provocaba un dolor que atenazaba sus músculos. El golpe de la cabeza le había provocado náuseas y apenas conseguía mantener los ojos abiertos. Le dolía todo el cuerpo por la resistencia que opuso cuando aquellos “simpáticos” hombres le preguntaron una dirección para automáticamente lanzarse sobre ella como lobos hambrientos e introducirla rápido en una furgoneta negra, cuyas letras amarillas rezaban “SEF,S.A.”
Hasta aquí todo parece de una película, una de muchas, en las que la joven acaba anunciada en cada poste de la ciudad y en cada cartón de leche como “desparecida”.
La joven abre los ojos, apenas distingue algo en la cerrada oscuridad de la estancia que huele a hospital. Sólo sabe que no esta sola, hay alguien cerca que respira con dificultad.
-Suéltame por favor, no diré nada, te daré todo lo que me pidas y cerraré la boca… quiero volver a casa, por favor…. -la suplica se transforma en un sollozo repleto de miedo- ¿Qué quieres? ¿dinero? ¿joyas? ¡te doy todo! ¡pero suéltame!.
Nadie contesta a la lluvia de suplicas, sólo aquella respiración, entrecortada, jadeante.
Los ojos de Naia comienzan a acostumbrarse a la falta de luz, una forma oscura la observa desde cierta distancia.
-No me hágáis daño… ¡ay! ¡ay! ¡dios!, soltarme, prometo…
-¡¡¡SHHHHH!!! ¡Cállate! ¡o acabarás por hacerlo cuando te corte la lengua!
La joven calla, apenas respira por miedo a que aquella voz sin rostro cumpla lo dicho.
-Te preguntarás que haces aquí, tú, una chica normal, con estudios, independiente…
-Yo…
-¡¡¡SSSSHHHH!!! Sólo escucha. 
Las luces de la habitación se encienden. La habitación es un pequeño laboratorio, un hombre ataviado con bata blanca y unas gafas gruesas se acerca lentamente.
-Naia, has sido seleccionada, tú serás la salvadora de este desastre… eres la única persona preparada que queda en España, no podemos permitir que huyas como el resto de jóvenes, debes quedarte.
-Pero yo… no entiendo nada…
-Sabemos que lo que estamos pidiéndote es difícil, el miedo reina en las calles, apenas hay gente que pueda permitirse salir a tomar un café y poder pagarlo, pero tú puedes cambiarlo. Vas a compartir tus conocimientos para hacer ver a la gente que esto puede cambiar. 
Naia es soltada de las ataduras ahora con amabilidad extrema.
-Señorita Naia, vas a ser nombrada presidenta, siento mucho la forma en la que te hemos traído y las amenazas pero es la única forma que teníamos para que nos escuchara, pues a rechazado todas las cartas que le mandamos.
-¿Tengo elección?- dice masajeándose las muñecas medio muertas por las cuerdas.
-No.