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martes, 5 de noviembre de 2013

Carta para desayunar

-Ya ha llegado- dice dejando caer el sobre blanco sobre la mesa.

Trago el trozo de tostada sin masticar y observo aquel trozo de papel.

-¿No piensas abrirlo?- me susurra clavando sus ojos en mi mientras se sirve una taza de café.
-No, no lo se, puede. Déjame- le respondo dando un gran mordisco a la tostada, provocando que la mermelada resbale por mis labios, mi barbilla y se deslice por mis dedos. Manchando de un morado intenso mi piel. 
-Tú misma. Llevas esperando este momento desde hace mucho- da un largo sorbo al café sin azúcar. Amargo. Como sólo él sabe ser.

Alargo la mano hacia el sobre y lo abro con brusquedad. 
La invitación sobresale reluciente entre los pliegues del sobre.

-”Queda usted invitado a nuestra fiesta de despedida, ¡sí! ¡leyó bien! ¡Despedida! celebraremos el final de nuestra relación. Simplemente ya no nos aguantamos y queremos brindar por todos estos días tan imbéciles, lentos y patéticos. Pedimos confirmación y agradecemos de antemano su presencia. Atentamente: Laira y José”- leo en voz alta.
-Esto confirma que ha llegado a todos los invitados. Ha tardado semanas en llegar, mandé unas cuantas a los vecinos, espero que no te importe.

Ambos nos miramos, mi pelo despeinado, su pelo engominado, mi pijama desgastado que deja ver mis muslos y los hombros, su traje de chaqueta planchado y reluciente. Mis pies descalzos, sus zapatos de marca. Mi música en las mañanas, su silencio en las noches.
Sí, no hay vuelta atrás, después de celebrar nuestro fracaso, haremos las maletas y olvidaremos.

-A partir de mañana, quiero que borres mi número de la agenda- le digo colgando la invitación en el corcho de la cocina, al lado de la foto de nuestra boda y de la primera cita en aquel concierto.
-¿Y si quiero decirte algo?- pregunta recogiendo de la mesa el desayuno que ya hacía tiempo no compartíamos.
-Llamas a mi madre, a mi hermana o haces señales de humo. Pero no me llames. Y ahora, querido, pongámonos manos a la obra, tenemos muchas cosas que preparar para la fiesta de esta noche.
-Bendita fiesta- responde remangando su camisa rosada.

martes, 14 de mayo de 2013

Confesión (pequeño teatro)


En escena una mesa sencilla, con una cafetera en uno de los lados y un montón de vasos de plástico apilados. Dos sillas colocadas una enfrente de la otra en sitios opuestos de la mesa.
En uno de los laterales del escenario se proyecta una imagen de un ventilador antiguo dando vueltas, un sonido que se escuchara de fondo durante todo el acto. La idea es que el público se encuentre molesto desde el primer momento.
Un hombre sentado en una de las sillas parece nervioso, se agarra la cabeza, el pelo y se mece constantemente, parece contrariado, asustado. Se mira las manos que restriega cada pocos segundos con ansia. 
Pasados unos minutos entra un policía a medio vestir, lleva la chaqueta del uniforme en la mano, va despeinado y con la camisa a medio abrochar.

-¿Señor González?
-Sí, el mismo. Puedo enseñarle el DNI si no me cree. (Responde rebuscando en sus bolsillos)
-¿Por qué no voy a creerle señor González?
-No lo sé, su cara, me mira raro. Como si esperara que todo lo que voy a decirle es mentira. Y eso me pone realmente nervioso.
-Señor González, yo estoy aquí para escucharle, me ha hecho llamar a las tres de la madrugada para algo importante, siento no tener otra cara que mostrarle excepto la mía de sueño. ¿Quiere un café? (Dejando en la silla libre su chaqueta)
-No, no bebo café nunca, me irrita. (El policía se sirve una taza) Y usted tampoco debería, su olor me da arcadas.
-Vaya, a mí me irrita que me despierten (le responde oliendo al café de la taza y acercándoselo para provocarlo), pero olvidando esto, ¿le parece bien que comencemos?
-Sí, ya no aguanto más, creo que mi conciencia me va a hacer estallar la cabeza. (El policía se sienta mientras da vueltas a la taza de café)
-¿Fuma?
-No, no fumo, no bebo, no suelo drogarme, estoy limpio.
-¿Y le importa si fumo? (le responde sacando un cigarro y encendiéndose sin esperar su respuesta).
-Haga lo que le salga de los huevos, pero empecemos ya ¡joder! ¿Intenta ponerme nervioso? ¿Es lo que pretende verdad?
-Cálmese, vivir tan irritado causa problemas mentales. Salen arrugas, estrés, insomnio, mal humor… e incluso en casos extremos pierden la educación con la autoridad y acaban en las duchas de las cárceles recogiendo todos los jabones, ¿entiende?
(No hay respuesta, solo un silencio incómodo roto por las exhalaciones del humo del cigarro, el cual acaba y apaga encima de la mesa).
-Muy bien, empecemos. Le recuerdo que esta conversación va a ser grabada, hay dos cámaras grabando la sala y esta grabadora que colocaré en la mesa, ¿alguna objeción? (saca de uno de los bolsillo una pequeña grabadora que coloca a pocos centímetros del otro hombre) De acuerdo. Dígame, ¿qué tiene que contarme?
-Señor, he cometido un asesinato.
-¡Vaya! ¿Un asesinato? ¿Está seguro?
-¿Puede no estarse seguro? Cuando la deje en el suelo le aseguro que no respiraba.
-¿Puede darme más detalles?
-No pude contenerme, se había puesto muy pesada, se contoneaba a mi alrededor, buscando mi calor una y otra vez, yo estaba ocupado, tenía que hacer una entrega de un proyecto en pocas horas y necesitaba concentrarme, pero ella, ¡joder! Una y otra vez entraba al ataque.
-¿Puede contarme cómo sucedió?
-Acababa de sentarme enfrente del ordenador, me esperaban varias horas de trabajo debía preparar un informe detallado sobre la evolución de los resultados de una empresa. Llevaba apenas tres líneas cuando noté su presencia en la habitación. Al principio notaba sus ojos clavados en mi espalda, pensé que se cansaría de su juego y se marchará cuando no le prestara atención. Pasados unos minutos avanzó hacia mí y empezó a juguetear con mi cuello dándome caricias suaves, como si sus manos fueran unas alas ligereas, me susurraba en el oído, decía cosas obscenas, realmente desagradables para esas horas de la mañana. Hacía calor y mi cuerpo empezó a sudar, quizás por el nerviosismo de la situación, o por la presión que sentía por acabar el trabajo.
-¿Entonces usted decidió que ante una actitud tan provocativa ella merecía morir? No le entiendo, ¿por qué no le dijo simplemente que ese no era el momento para… ejemmm… digamos intimar?
-Le juro y perjuro que mantuve una conversación seria con ella, le advertí que no estaba de humor, pero cuando ya paso a jugar con mi oreja… ahí ya la rabia invadió mi cuerpo. Sólo fue un leve empujón, pero no debí controlar mi fuerza pues salió volando hacia la pared y oí un leve golpe cuando su cuerpo chocó contra el gotéele.
-¿Y así acabaste con ella? ¿Con un golpe?
-¡Ni mucho menos! ¡La muy cerda no se rendía! Se levantó del suelo en un movimiento rápido y se lanzó a mis brazos, la notaba por cada parte de mi cuerpo, entraba al ataque una y otra vez, mi cuello, mis brazos, invadiendo mi boca con violencia… ¡Qué pesada Dios! ¡Qué pesada! Notaba como mi vena izquierda se hinchaba.
-¿La vena izquierda?
-La izquierda y los cojones, que empezaba a tocármelos de una manera sobrehumana, no pude más. Me levanté del escritorio y comencé una lucha violenta contra ella. Debía detenerla, tenía que trabajar ¿entiende?, mi trabajo lo es todo, solo necesitaba unas horas de paz y luego cedería a su acoso con paciencia.
-¿Ella se resistió? ¿Lucho por vivir? Sabe que todo esto es muy grave.
-¡Sí! Corría, pero se paraba cada pocos segundos para observarme. Estaba provocándome, esa es la palabra, la muy puta se lo estaba buscando, y sus ojos, que me parecían cientos gritaban “acaba conmigo”.
-¿Y acabó?
-¡Acabé! ¡Oh sí! Cuando conseguí atraparla con mis manos y la tenía bien sujeta podía escucharla dando pequeños grititos, como zumbidos.
-¿Zumbidos?
-Y quería escapar pero… jefe, ¡le aplasté!, le di varios golpes fuertes en la cabeza con mis puños que le dejaron medio atontada. Y entonces… le golpeé, una, dos y tres veces. Por todas las noches de insomnio donde no dejaba de hablar y molestar, por aparecer cuando no debía y desaparecer sin avisar durante días o incluso meses, ¿pensaba que yo aguantaría sus formas sin rechistar? ¡Pues exploté! Ya la tenía sometida a mi voluntad y no sé cómo, pero cuando quise darme cuenta estaban todos sus órganos desparramados, un líquido verdoso, una forma amorfa entre mis manos.
-¿Líquido verde?
-Sí, fíjate si era rara la asquerosa, encima la hija de puta había manchado mis hojas del escritorio con sus tripas.
-No consigo entenderle, ¿no hubiera sido más fácil firmar los papeles del divorcio? ¿Quizás terapia para controlar su agresividad? ¿Cree que ha merecido la pena matar a su mujer?
-¿Mi mujer? (ríe a carcajadas) ¡No! ¡No! Mi mujer está muy viva, se lo aseguro.
-¿Entonces hablamos de su amante?
-¡No, por Dios! Yo nunca he tenido amantes, ni tendré, mi mujer lo es todo para mí.
-No consigo entender nada. (Comienza a hacer espavientos para espantar a una mosca que ha entrado en escena y empieza a incordiar a ambos, sabemos que es una mosca porque se ha empezado a escuchar su zumbido) Hablamos de que ella entra en su despacho y le intenta acosar sexualmente, usted se niega, cosa que me resulta…curioso, por llamarlo de alguna forma y entonces acaba con su vida de una manera violenta.
-Resulta difícil de creer, lo sé. Pero estoy aquí porque quiero cambiar, necesito pagar por este crimen. Merezco ser encerrado. (Espanta la mosca con ambas manos)
-¿Y el cadáver lo enterró? (vuelve a espantar con gestos la mosca) ¡Puta mosca!
-El cuerpo está en mi casa, me cuidé de dejarlo en un lugar visible.
-¿Puede esperarme unos minutos? Voy a avisar a una patrulla para que vayan a su casa y comprueben la veracidad de sus palabras, no sabe la cantidad de locos que llegan aquí contando mentiras.
-Haga lo que haga falta.
El asesino queda solo en escena, sentado delante de la mesa y del café que el policía ha dejado encima de la misma.
No para de mover los brazos para quitarse de encima una mosca (cuyo sonido ha aumentado).
Observa el vaso, como en una lucha interna y con un violento gesto bebe de un trago su contenido y lo estruja entre sus manos con furia.
Ahora, que el sonido del batir de las alas de la mosca se hace insoportable inicia un combate con la misma. Saltando, dando palmas, patadas, soplidos, golpes contra la mesa, contra el suelo, se da tortazos en la cabeza, en el pecho, en las piernas… con una violencia extrema y con gritos de furia.
De repente en una palmada al aire, el sonido de la mosca cesa. Abre sus manos con cuidado y al descubrir el cadáver del insecto se tira contra el suelo y se mece en una llantina que comienza con quejidos rítmicos.
El policía vuelva a entrar.
-Señor González, una pareja de agentes van en dirección a su domicilio, ¿quiere contarme algo más? (al verlo en el suelo y llorando a mares se acerca con preocupación) ¿Pasa algo?
-¡Sí! Acabo de repetirlo.
-¿Perdone?
-He matado de nuevo, crea adicción.
-Aquí sólo estamos usted y yo, ¡cálmese! ¡Hágame el favor de levantarse!
-La he matado, una nueva, una nueva, una mosca. ¡Las odio! ¡Las odio! ¡PUTAS MOSCAS! ¡SOIS TODAS IGUALES!


miércoles, 24 de abril de 2013

Crítica


-¡Vamos chicos! ¡El crítico gastronómico está esperando ser sorprendido! Recordad mesa 10, el señor que parece a punto de parir gemelos por el tamaño de su barriga. ¡Hoy tenéis que ser los mejores!
La cocina funciona a un ritmo frenético, las verduras frescas son cortadas con una velocidad asombrosa, los fogones arden bajo sartenes que desprenden olores de carne, pescados y distintos bocados que ponen la boca salivando.
-¡Raúl! ¡Date prisa con el lenguado y con la salsa! Lleva esperando un buen rato.
-No puedo ir más rápido- responde secándose el sudor con el delantal blanco que cubre su cuerpo.
-¡Pues te pones el turbo! Nos jugamos tener un buen artículo en la mejor revista de la comarca. Sacar vuestro cocinero más experto del interior, ¡para algo os pago un pastón!
La joven de media melena examina cada plato entre sus propios gritos, lleva poco tiempo en el negocio de la hostelería, pero con su trabajo ha conseguido que su restaurante ganara fama y nunca quedara una mesa vacía en cada servicio.
-¿Dónde esta ese lenguado?
Un camarero de ojos verdes acerca un plato elegantemente decorado con una salsa blanquecina.
-¿Cómo tengo que explicaros que la guarnición que sacamos debe estar cortada en trozos pequeños? recordarlo, siempre menor a 5 mm, no es tan difícil. ¡Dadme un cuchillo! ¡Sois todos unos torpes! ¡Lo haré yo! 
La muchacha agarra el cuchillo con precisión y con elegantes movimientos de muñeca va cortando la verdura colocada encima del plato. 
-¿Veis? ¿tan complicado es? ¡Mierda!
Un corte profundo en un dedo provoca una marea de sangre densa en el plato de lenguado, transformando la salsa blanquecina en un color rojizo.
-¡Jefa! El crítico está desesperándose, amenaza con marcharse, espera el plato para ¡ya!- interrumpe en la cocina una atractiva camarera- ya no se cómo entretenerlo, le he servido vino y una tapa especial de la casa pero de eso hace ya veinte minutos. ¿Qué hago?
Todos miran a la sangrante joven expectantes. No hay tiempo de preparar otro plato.
Cogiendo el sangriento lenguado, y con la mejor de las sonrisas atraviesa las puertas de la cocina ante el silencio de una cocina que ha quedado muda por su reacción.
Siempre dijeron que era de sangre dulce, pensó al servirle con gracia el plato.
Algo que se corroboró al día siguiente cuando en la revista se pudo leer: 
“nunca pensé que un pescado tan común podría reventar en mil sabores en mi paladar. Es un placer para todos los sentidos, con una textura fina y absorbente, amarga al principio y al saborearla con cierto toque dulce que queda grabado en el estómago. No hay duda de que la joven restauradora Laira se deja la sangre en su negocio. Deseando probar de nuevo su “lenguado rojo”, altamente recomendable”.

martes, 23 de abril de 2013

Mi monstruo


- Tengo un monstruo en el armario- le dije muy seria mientras los restos del vino rosado bajaban por mi garganta en una caricia algo ardiente.
-¿En serio, un monstruo?- me responde tirando lento el humo del cigarrillo.
-Me gustaría que entraras en mi habitación y lo expulsaras.
-¿Y cómo se hace eso? ¿Abro las puertas del armario y lo amenazo? ¿le insulto? ¿le rocío con insecticida? 
Ambos reímos medio abrazados en el sofá tras abrir la tercera botella de vino. Ha sido un encuentro inesperado, habían pasado varios años sin tener noticia de él, y ahora unas fugaces miradas en la cola del supermercado han vuelto a acortar las distancias entre nosotros. Huelo su perfume, su aliento roza mis mejillas.
-Sí, podrías probar. ¿Quieres verlo?- le digo dándole un beso casto en los labios y arrastrándolo a través del pasillo hacía la habitación del fondo.
El cuarto está oscuro, y con un gesto veloz le indico que no apriete el interruptor, mi monstruo teme la luz, es muy vergonzoso.
-Pero, así no veré nada…
-¡¡Shhhh!!
Tapo su boca con una de mis manos y con la otra abro lentamente la puerta del armario, la cual cruje rompiendo el sonido de nuestros jadeos expectantes.
De dentro del armario sólo sale oscuridad y un leve olor a lavanda.
-Mira,¿lo ves? 
-Marta, aquí sólo hay oscuridad. No veo nada.
-Exacto, ese es mi monstruo. No puedo verlo nunca, pero sé que vive dentro de mi armario, incluso dentro de mi. Es como una sensación, una intuición. A veces sus instintos pueden conmigo y me encuentro destrozando los cojines del salón a mordiscos.
Un crujido de dentro del armario nos hace agarrarnos por la cintura.
-Marta, me asustas, como broma ha estado muy bien.
El olor a lavanda se hace más intenso, y un leve gruñido casi inaudible nos hace juntarnos tanto que su nariz se clava en mis gafas.
-Vale, ya está, creo que debo marcharme, mañana trabajo y es muy tarde.
-¿Pero… y mi monstruo?
-Ya es suficiente, tanta tontería me asusta, de verdad. Si estas bromeando para ya, ¡dilo!, me reiré, admitiré que cuando me marché no lo hice bien. Que debería haber recogido mis cosas de tu casa, que tendría que haberte dicho que ya no te quería, pero soy un cobarde, me marché sin avisar y siempre lo haré. Marta, si te hice daño lo siento. Pero déjate de bromas estúpidas, ya somos mayores.
De nuevo se escuchan los gruñidos, en esta ocasión se hacen mucho más fuertes.
-Joder, ¡esto es alucinante! Estas jodidamente loca.
Me da un empujón que separa nuestros cuerpos y sale corriendo a través del pasillo, oigo como cierra la puerta dando un portazo que hace retumbar las paredes.
Y allí, en medio de mi habitación empiezo a recoger las piezas de mi monstruo, varios jerseys, pantalones y sudaderas que se dejó olvidadas cuando se marchó y que con el paso de los años han cobrado vida. Él es mi monstruo, un recuerdo, una sensación de que jamás podré olvidar.

jueves, 21 de febrero de 2013

Palabras

Esta vez las palabras no llegan a mí.
Las he buscado, las he llamado amablemente una por una, con una radiante sonrisa les he ofrecido un cigarro a las de voz ronca, un dulce apetitoso y crepitante de chocolate a las que escondían inocencia e incluso un vaso fresco con hielo a las que venían desde muy lejos. Pero nada, las malditas palabras, permanecían calladas. Permaneciendo mudas, sin sotar una simple letra del abecedario que todas comparten.
Cansada de la falta de respuesta las he insultado, las he perseguido en noches febriles y bajo temblores, las he amordazado y bajo amenazada las he exigido que dejaran de morderme la lengua, de colapsar  mi mente y que se aclararan.
Las he sentado a todas en una mesa redonda,en una sala que ahora, con todas ellas mirándose y frunciendo el ceño, parece tener un poco más de luz. He de reconocer que tenía polvo, quizás demasiado como para recibir tantos visitantes de una sola vez.
La palabra Rencor y Odio encajan a la perfección, creo que bajo la mesa, comparten caricias, ¿quién lo diría?.
Libertad parece la más decidida, sonríe.
Locura masca chicle color rojo, le sienta bien ese color.
Tristeza y Pena están en un rincón, soy consciente de su existencia, pero ahora apenas dan codazos a las palabras Ahogo y Lágrimas que han decidido por sentarse en el frío suelo, cerca de la puerta.
Sonreír y Avanzar me miran curiosas.
Amistad y Consuelo me abrazan.
Olvido danza encima de la mesa.
Felicidad me tiende una mano de uñas pintadas de negro.
Y así, observando cada palabra, me siento delante del ordenador para plasmar en una hoja en blanco que las Palabras, ellas, jamás me abandonarán.

domingo, 3 de febrero de 2013

"Para siempre" en "nada" se quedó



He dejado de repente de vivir mi vida, saliendo de mi cuerpo, como su fuera una brisa repentina que abandona una estancia por un resquicio de una ventana.
Alérgica al jugo que mi corazón ha decidido exprimir lento.
Me muerdo la lengua, partiendo mi voz, que convertida en silencio, te grita diciendo “adiós”.
Resignándome, sintiendo  el peso del dolor que me atenaza los músculos, formando grietas que se abren sin control en mi interior. 
Cambiando las palabras “para siempre” en un nada… que es lo que queda, “nada”.
Nada.

domingo, 20 de enero de 2013

Bombones

La habitación me espera reluciente, una colcha blanca sin una arruga, un escritorio con un ramo de flores, que si no fuera por mi alergia agradecería. Lo tiro a la papelera del baño tras leer la nota amarillenta que colgaba de una rosa.
“El hotel Mandaril Oriental Barcelona quiere agradecerle que nos haya elegido para asegurar su descanso”.
Si supiera que apenas me dejan elegir ni el color de mis bragas, quizá no dirían eso.
Harta de formalidades por el reverso de la nota escribo:
“Las flores olían demasiado a campo sureño, a vida, exijo que la próxima vez me regaléis un gato muerto, tapéis los espejos y tapiéis las ventanas. Odio la luz, la vida y a todos en general.  Firmado: una escritora con alardeos de grandeza”.
Termino de escribirla pensando en la cara del pobre empleado que la encuentre,  mi intención no es más que crearme la fama equivocada, siempre hablan de mí, y si lo hacen que lo hagan mal, es más divertido. Río a carcajadas, tanto que el estómago termina quejándose con un pinchazo violento.
Una caja de bombones que sí agradezco con un aplauso al aire, no tarda en desaparecer para apaciguar el hambre que mi estómago demuestra con rugidos, susurros en algún idioma difícil de entender.
Me quito la ropa rápida y sin más que la ropa interior como traje de noche y unas medias negras, enciendo el portátil para repasar la agenda del día siguiente.
El correo de mi representante dejaba todo detallado.
Lo leo con calma, cansándome por momentos con cada cita y hora remarcada en letras rojas, tras pensarlo le respondo sin mirar el teclado: “Muy bien organizado, pero ¿cuándo me dejas respirar?”.
Me froto las manos, es hora de responder los correos, algo mecánico pero que en las últimas semanas me abstraía y divertía.
Pasados 20 minutos de mensajes amables, otros picantes y disparates varios, llego al mensaje del “Usuario 33” siempre presente. Lo abro con miedo, indecisa de si debo apagar el ordenador y olvidarlo.
“Hola, ¿cansada? ¿Quizás sentada en la cama del hotel? Supongo que has entrado sin fijarte que en la mesita de noche tienes una carta muy especial pequeña zorra. Tu firma de libros ha sido un éxito ¿verdad?  Te he estado observando, estabas bellísima, parecías una auténtica puta de lujo, deseando que me acercara y te hundiera las manos en el cuello.
Apenas me has mirado, sólo una vez, sólo un momento en el que has parado tus ojos en mí, ha sido la sensación más agradable de mi vida. Los he imaginado en un frasco de cristal en mi escritorio, quedarían genial, así me mirarías siempre. Ese es tu destino. Por cierto, ¿y los bombones? ¿Estaban buenos?”.
Angustiada aparto el ordenador, empiezo a notar como mi garganta arde, siento arcadas y un calor asfixiante se hace dueño de mi cuerpo.
Corro hacia el impecable baño, y llevándome los dedos a la garganta me provoco el vómito con rapidez. Vomito tanto que unas pequeñas pecas rojizas por el esfuerzo hacen aparición en mis mejillas.
Arrastrando los pies me visto de nuevo con la misma ropa, sin molestarme en buscar otra camisa en la maleta ni en lavarme los dientes y salgo al pasillo, donde sentándome en el suelo llamo a quien sé que me socorrerá con urgencia, o para eso le pago, a Alexander, mi fiel representante.
-Dime mi Reina de los Mares más divina del universo.- me responde tras tres tonos.
-Ven Alexander, necesito que vengas. (Mi voz empieza a quebrarse, siento cómo los sollozos luchan por salir). Ha vuelto a pasar y esta vez ha ido a más. Me podía haber matado…podría estar muerta ahora mismo.
-¿Qué ha pasado? Tranquila, voy ya, yo me encargo de llamar a la policía, en menos de lo que te imaginas estoy allí, ¿sabes si….?
Ya no oigo nada más, me fundo en un llanto, dejando que las lágrimas desmaquillen mi piel, que mi ansiedad salga a la luz, sin importarme que nadie me vea.

jueves, 17 de enero de 2013

La suerte está echada


El ascensor se cierra más lento de lo normal. Sus manos han rozado las suyas, y rompiendo la excepción habría deseado agarrar por la cintura a aquella chica joven, la novel escritora que tanto éxito arrambla y jurarle que entre sus brazos nada pasaría, que estaría segura y nunca nadie le haría sufrir nunca más.
Es horrible, desearía tantas cosas que su trabajo se lo impide. Debe ser sigiloso, cumplir con las entregas en los casos más sencillos, en otros el asunto se complicaba, pero cobraba bien.
Iván observa a la chica, orgulloso de haber cumplido su encargo. Ya está, la invitación está escondida en el libro que le acabo de dar, se repite eliminando el nerviosismo de sus neuronas.
Es preciosa, su pelo suelto brilla bajo las luces de neón del pasillo. La cercanía que le ha regalado el ascensor le ha permitido observar su cuerpo, unas piernas esbeltas, una piel blanca que destaca el color marrón avellana de sus ojos. Una espalda fuerte, unas manos cálidas.
Ella le mira extrañada, quizás sea porque ni siquiera se había percatado de su presencia, parecía cansada, casi a punto de dormirse mirándose al espejo.
Cuando las puertas se cierran  él ya sabe que nada puede hacer, la suerte está echada.
                                                                      

domingo, 13 de enero de 2013

¿A qué nombre lo firmo?


Llegado a este punto creo  que debo explicaros cómo he llegado a esta situación. 
Hace algunos años decidí guardar en una maleta todos mis vestidos y zapatos, libros y recuerdos y viajar en busca de un futuro. Había estudiado periodismo y los trabajos a los que había optado no eran lo que había soñado.
Nada más acabar la carrera trabajé como azafata en un programa de televisión llamado “Si quieres amor, búscalo”, enseñaba pierna y escote durante las dos horas de emisión con una sonrisa eufórica, hasta que una de las noches en el plató, un adorable anciano que acudía en busca de una segunda oportunidad con su sufridora mujer, dejo por un momento que sus arrugadas manos descansaran en mi trasero, acompañando la escena con un sonoro “nena, estas para crujirte”. El sonoro bofetón justo cuando el presentador daba paso de publicidad, me costó el despido inmediato.
Tras esta desastrosa experiencia, he trabajado como reportera de informativos, ya sabéis esas chicas que mandan a pueblos alejados y que mirando a cámara tratan de disimular los temblores mientras  dicen “sí, efectivamente, como podéis comprobar esta nevando copiosamente y las previsiones confirman que esta noche va a ser fría” micrófono en mano y sufriendo un 40% de congelación corporal. Tardé unas semanas en dejar el trabajo tras recorrerme media geografía española.
Después vinieron las columnas de opinión, que me llevaron a una editorial que se interesó por ellas. Publicaron mi primera novela sin apenas pagarme… asique me refugié en las abarrotadas calles de Madrid, donde ahora vivo en una apartamento algo cutre en el centro.
Aquí he trabajado de cajera, de camarera, repartiendo publicidad, por las noches escribía sin pensar, y así surgió una nueva novela mucho mejor que la anterior. Tras visitar distintas editoriales con mi mejor sonrisa y escote conseguí un buen contrato y unas manos de confianza que me prometieron la fama que según ellos merecían mis letras. 
Ahora, ¿soy feliz? Pensaba que conseguir mi sueño me alzaría por los aires como un globo y que me mantendría flotando, pero no.
Ahora vivo para cumplir con los compromisos, entrevistas,  recepción de premios, acudir a fiestas, sonreír en los anuncios de mi novela, firmas de autógrafos… y cumplir con el plazo marcado para mi tercera novela.
Aquel día llegaba al hotel tras una firma de autógrafos en una librería de Barcelona, muñeca cansada y sonrisa forzada. Llevaba varias horas firmando ejemplares y agradeciendo con mis mejores palabras que decidan llevarse mi libro a sus casas.
Bajo del taxi pensando en dormir, hibernar como un oso cavernario, dejar que me crezca pelo y esconderme tras de él.
Subo al ascensor justo cuando las puertas se abren, no dejo casi tiempo a que la joven pareja que bajaba a refrescar su amor a la cafetería salga de él.
Ciérrate, ciérrate, le susurro al aparato para evitar compartir el pequeño espacio con ningún huésped.
Marco el piso 4, donde tengo reservada una suite demasiado lujosa, me da miedo pisar esas alfombras o deshacer la cama tan bien hecha, pero según mi “querido” representante “tu cuerpo de reina merece estos lujos, el Reino de los Cielos lo dice todo, incluso el título de tu libro dice que hay que cuidarte, reina”. 
Las puertas plateadas del ascensor comienzan a cerrarse, me doy la vuelta para observarme en el espejo.
Casi ni me reconozco ante el reflejo que me devuelve, acostumbrada a mis coletas altas y escaso rímel en los ojos, ahora observo a una chica que parece mayor, arreglada, bien maquillada, con el pelo liso de peluquería y una mancha de carmín de labios en la frente.
Recuerdo la escena, una señora, la primera de la cola para la firma de libros se había abalanzado a besarme cuando la firma había comenzado.
-Nena, esque me encantas- dice besando cada parte de mi cara, dejando la marca de sus labios pintados de un marrón oscuro.
-Gracias señora, pero no apriete, me va ha romper las costillas.
-¡Qué ilusión conocerte! ¡eres divina! ¡y mírate! (dice estrujando mi cara con dos rechonchas manos de uñas rojas).
-Zeñora, zi me zuelta….
-¡Ay! Ya le dije yo a mi hijo que viniera a verte, te adora, tiene su pared llena de posters de tu libro, guarda recortes de todas las entrevistas que has hecho, de las imágenes que encuentran por internet.
-Vaya- consigo articular zafándome del abrazo.
-Yo le digo que esta obsesionado, hace bocetos a carbón de tu cara y propone finales alternativos a tus libros donde siempre la protagonista acaba mejor. Esta enfermo y para que mantenga la cabeza ocupada te tiene a ti.
-Menuda responsabilidad, ¿y no se aburre con lo sosa que soy?
Los guardias de seguridad, algo alertados comienzan a separar a la mujer de la mesa de firmas, consigo sentarme y coger el ejemplar que sostiene entre sus manos arrugadas. Al fijarme observo a una anciana cansada, de mirada impotente.
-¿A qué nombre lo firmo?- le digo con algo de pena, sabiendo que ponga lo que ponga jamás conseguiré hacerla feliz. Que su hijo, al que me imagino ya mayor, siempre con el mismo pijama desgastado, no deja sola ni un momento. Arrastra los años con pesadez, deseando que una noche al cerrar los ojos no vuelva a abrirlos. Quizás el paso del tiempo la asume en un túnel negro de conformismo, ya no sabe cómo tomarse que su  hijo, ya mayor para seguir viviendo con ella, no sepa ni prepararse el maldito vaso de leche que le hace llevarle a su habitación todas las mañanas, y siempre con una sonrisa.
-Al de mi hijo, se llama Javi.  Llevo haciendo cola desde temprano. No sabes lo pesado que se ha puesto cuando supo que venías, se había puesto su mejor traje que me hizo comprarle, pero a última hora le ha dado un ataque de pánico.
-Vaya, lo siento. 
Cojo el bolígrafo de color azul preparado para la larga firma de libros que me esperaba. La gente empieza a impacientarse y se oye algún que otro insulto proferido hacia la anciana.
Abro el libro, y me concentro en buscar en mi celebro las palabras adecuadas, revuelvo las letras, las coloco en una pizarra imaginaria formando frases, para deshacerlas y volver a dejarlas en una bolsa atada con nudo. 
Escribo: “Para Javi, espero que este libro te haga volver a inventar otro final, espero que cuides de tu madre y te cuides a ti mismo. Te agradezco todo el cariño y espero que a la próxima firma nos veamos. 1 beso y mil gracias.” 
Cierro el libro casi obligada por mi representante.
-Debes ir más rápido, si dedicas tanto tiempo a cada uno de la cola podemos morirnos hasta que acabes, reina.- me susurra al oído pronunciado la última palabra separando las sílabas y alargando la última letra.
Le entrego el libro junto a una foto ya firmada.
-Gracias, y déselas a su hijo también.
Parece querer decir algo más, pero las seis chicas de camisetas “Love  Reino de los Cielos” entran saltando sobre el pequeño escenario y se abalanzan a mi lado para fotografiar el momento.
-Cuídate de él. –me parece entender a través del barullo.
-¿Cómo dice?- le grito sacando la cabeza entre los mil brazos que me arrastran a una foto debajo del cartel con mi cara.
La mujer se da la vuelta guardando el libro entre sus pechos, con mirada hostil y encorvando la espalda se marcha a paso rápido a través del gentío que sonríe, hace fotos y grita.
-¡¡¡¡Te adoro!!!! –me gritan al oído.
-Gracias- respondo.
Y así, firma a firma, foto a foto, abrazos y piropos, paso una mañana que se hace infinita. 

-Ya hemos llegado a su piso.
Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, un señor trajeado, con olor a perfume de dinero había entrado al ascensor y me observaba extrañado.
Me hace una mueca elegante mientras recoloca su pelo engominado y guarda unas gafas de pasta negra en el maletín. 
-¿Cansada? Supongo que ser famosa debe cansar, ¿verdad?.
Me dice sosteniendo la mirada.
Salgo al pasillo sin contestar.
-Señorita, se le ha caído esto.
Me da un libro, el último que había quedado en las estanterías del centro comercial. Y que como un fetichismo había decidido guardarme.
-Gracias- le respondo.
Sus manos son suaves, de uñas perfectas, y como si supiera de ello roza las mías con dulzura, dejando que su piel y la mía entren en contacto.
Las puertas del ascensor se cierran justo en el momento en el que el tacto de sus manos se hacía insoportable.
Entro en la suite caminando rápido. Sin saber que entre las páginas del libro se esconde la invitación al final de mis días.