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domingo, 20 de enero de 2013

Bombones

La habitación me espera reluciente, una colcha blanca sin una arruga, un escritorio con un ramo de flores, que si no fuera por mi alergia agradecería. Lo tiro a la papelera del baño tras leer la nota amarillenta que colgaba de una rosa.
“El hotel Mandaril Oriental Barcelona quiere agradecerle que nos haya elegido para asegurar su descanso”.
Si supiera que apenas me dejan elegir ni el color de mis bragas, quizá no dirían eso.
Harta de formalidades por el reverso de la nota escribo:
“Las flores olían demasiado a campo sureño, a vida, exijo que la próxima vez me regaléis un gato muerto, tapéis los espejos y tapiéis las ventanas. Odio la luz, la vida y a todos en general.  Firmado: una escritora con alardeos de grandeza”.
Termino de escribirla pensando en la cara del pobre empleado que la encuentre,  mi intención no es más que crearme la fama equivocada, siempre hablan de mí, y si lo hacen que lo hagan mal, es más divertido. Río a carcajadas, tanto que el estómago termina quejándose con un pinchazo violento.
Una caja de bombones que sí agradezco con un aplauso al aire, no tarda en desaparecer para apaciguar el hambre que mi estómago demuestra con rugidos, susurros en algún idioma difícil de entender.
Me quito la ropa rápida y sin más que la ropa interior como traje de noche y unas medias negras, enciendo el portátil para repasar la agenda del día siguiente.
El correo de mi representante dejaba todo detallado.
Lo leo con calma, cansándome por momentos con cada cita y hora remarcada en letras rojas, tras pensarlo le respondo sin mirar el teclado: “Muy bien organizado, pero ¿cuándo me dejas respirar?”.
Me froto las manos, es hora de responder los correos, algo mecánico pero que en las últimas semanas me abstraía y divertía.
Pasados 20 minutos de mensajes amables, otros picantes y disparates varios, llego al mensaje del “Usuario 33” siempre presente. Lo abro con miedo, indecisa de si debo apagar el ordenador y olvidarlo.
“Hola, ¿cansada? ¿Quizás sentada en la cama del hotel? Supongo que has entrado sin fijarte que en la mesita de noche tienes una carta muy especial pequeña zorra. Tu firma de libros ha sido un éxito ¿verdad?  Te he estado observando, estabas bellísima, parecías una auténtica puta de lujo, deseando que me acercara y te hundiera las manos en el cuello.
Apenas me has mirado, sólo una vez, sólo un momento en el que has parado tus ojos en mí, ha sido la sensación más agradable de mi vida. Los he imaginado en un frasco de cristal en mi escritorio, quedarían genial, así me mirarías siempre. Ese es tu destino. Por cierto, ¿y los bombones? ¿Estaban buenos?”.
Angustiada aparto el ordenador, empiezo a notar como mi garganta arde, siento arcadas y un calor asfixiante se hace dueño de mi cuerpo.
Corro hacia el impecable baño, y llevándome los dedos a la garganta me provoco el vómito con rapidez. Vomito tanto que unas pequeñas pecas rojizas por el esfuerzo hacen aparición en mis mejillas.
Arrastrando los pies me visto de nuevo con la misma ropa, sin molestarme en buscar otra camisa en la maleta ni en lavarme los dientes y salgo al pasillo, donde sentándome en el suelo llamo a quien sé que me socorrerá con urgencia, o para eso le pago, a Alexander, mi fiel representante.
-Dime mi Reina de los Mares más divina del universo.- me responde tras tres tonos.
-Ven Alexander, necesito que vengas. (Mi voz empieza a quebrarse, siento cómo los sollozos luchan por salir). Ha vuelto a pasar y esta vez ha ido a más. Me podía haber matado…podría estar muerta ahora mismo.
-¿Qué ha pasado? Tranquila, voy ya, yo me encargo de llamar a la policía, en menos de lo que te imaginas estoy allí, ¿sabes si….?
Ya no oigo nada más, me fundo en un llanto, dejando que las lágrimas desmaquillen mi piel, que mi ansiedad salga a la luz, sin importarme que nadie me vea.

jueves, 17 de enero de 2013

La suerte está echada


El ascensor se cierra más lento de lo normal. Sus manos han rozado las suyas, y rompiendo la excepción habría deseado agarrar por la cintura a aquella chica joven, la novel escritora que tanto éxito arrambla y jurarle que entre sus brazos nada pasaría, que estaría segura y nunca nadie le haría sufrir nunca más.
Es horrible, desearía tantas cosas que su trabajo se lo impide. Debe ser sigiloso, cumplir con las entregas en los casos más sencillos, en otros el asunto se complicaba, pero cobraba bien.
Iván observa a la chica, orgulloso de haber cumplido su encargo. Ya está, la invitación está escondida en el libro que le acabo de dar, se repite eliminando el nerviosismo de sus neuronas.
Es preciosa, su pelo suelto brilla bajo las luces de neón del pasillo. La cercanía que le ha regalado el ascensor le ha permitido observar su cuerpo, unas piernas esbeltas, una piel blanca que destaca el color marrón avellana de sus ojos. Una espalda fuerte, unas manos cálidas.
Ella le mira extrañada, quizás sea porque ni siquiera se había percatado de su presencia, parecía cansada, casi a punto de dormirse mirándose al espejo.
Cuando las puertas se cierran  él ya sabe que nada puede hacer, la suerte está echada.
                                                                      

domingo, 13 de enero de 2013

¿A qué nombre lo firmo?


Llegado a este punto creo  que debo explicaros cómo he llegado a esta situación. 
Hace algunos años decidí guardar en una maleta todos mis vestidos y zapatos, libros y recuerdos y viajar en busca de un futuro. Había estudiado periodismo y los trabajos a los que había optado no eran lo que había soñado.
Nada más acabar la carrera trabajé como azafata en un programa de televisión llamado “Si quieres amor, búscalo”, enseñaba pierna y escote durante las dos horas de emisión con una sonrisa eufórica, hasta que una de las noches en el plató, un adorable anciano que acudía en busca de una segunda oportunidad con su sufridora mujer, dejo por un momento que sus arrugadas manos descansaran en mi trasero, acompañando la escena con un sonoro “nena, estas para crujirte”. El sonoro bofetón justo cuando el presentador daba paso de publicidad, me costó el despido inmediato.
Tras esta desastrosa experiencia, he trabajado como reportera de informativos, ya sabéis esas chicas que mandan a pueblos alejados y que mirando a cámara tratan de disimular los temblores mientras  dicen “sí, efectivamente, como podéis comprobar esta nevando copiosamente y las previsiones confirman que esta noche va a ser fría” micrófono en mano y sufriendo un 40% de congelación corporal. Tardé unas semanas en dejar el trabajo tras recorrerme media geografía española.
Después vinieron las columnas de opinión, que me llevaron a una editorial que se interesó por ellas. Publicaron mi primera novela sin apenas pagarme… asique me refugié en las abarrotadas calles de Madrid, donde ahora vivo en una apartamento algo cutre en el centro.
Aquí he trabajado de cajera, de camarera, repartiendo publicidad, por las noches escribía sin pensar, y así surgió una nueva novela mucho mejor que la anterior. Tras visitar distintas editoriales con mi mejor sonrisa y escote conseguí un buen contrato y unas manos de confianza que me prometieron la fama que según ellos merecían mis letras. 
Ahora, ¿soy feliz? Pensaba que conseguir mi sueño me alzaría por los aires como un globo y que me mantendría flotando, pero no.
Ahora vivo para cumplir con los compromisos, entrevistas,  recepción de premios, acudir a fiestas, sonreír en los anuncios de mi novela, firmas de autógrafos… y cumplir con el plazo marcado para mi tercera novela.
Aquel día llegaba al hotel tras una firma de autógrafos en una librería de Barcelona, muñeca cansada y sonrisa forzada. Llevaba varias horas firmando ejemplares y agradeciendo con mis mejores palabras que decidan llevarse mi libro a sus casas.
Bajo del taxi pensando en dormir, hibernar como un oso cavernario, dejar que me crezca pelo y esconderme tras de él.
Subo al ascensor justo cuando las puertas se abren, no dejo casi tiempo a que la joven pareja que bajaba a refrescar su amor a la cafetería salga de él.
Ciérrate, ciérrate, le susurro al aparato para evitar compartir el pequeño espacio con ningún huésped.
Marco el piso 4, donde tengo reservada una suite demasiado lujosa, me da miedo pisar esas alfombras o deshacer la cama tan bien hecha, pero según mi “querido” representante “tu cuerpo de reina merece estos lujos, el Reino de los Cielos lo dice todo, incluso el título de tu libro dice que hay que cuidarte, reina”. 
Las puertas plateadas del ascensor comienzan a cerrarse, me doy la vuelta para observarme en el espejo.
Casi ni me reconozco ante el reflejo que me devuelve, acostumbrada a mis coletas altas y escaso rímel en los ojos, ahora observo a una chica que parece mayor, arreglada, bien maquillada, con el pelo liso de peluquería y una mancha de carmín de labios en la frente.
Recuerdo la escena, una señora, la primera de la cola para la firma de libros se había abalanzado a besarme cuando la firma había comenzado.
-Nena, esque me encantas- dice besando cada parte de mi cara, dejando la marca de sus labios pintados de un marrón oscuro.
-Gracias señora, pero no apriete, me va ha romper las costillas.
-¡Qué ilusión conocerte! ¡eres divina! ¡y mírate! (dice estrujando mi cara con dos rechonchas manos de uñas rojas).
-Zeñora, zi me zuelta….
-¡Ay! Ya le dije yo a mi hijo que viniera a verte, te adora, tiene su pared llena de posters de tu libro, guarda recortes de todas las entrevistas que has hecho, de las imágenes que encuentran por internet.
-Vaya- consigo articular zafándome del abrazo.
-Yo le digo que esta obsesionado, hace bocetos a carbón de tu cara y propone finales alternativos a tus libros donde siempre la protagonista acaba mejor. Esta enfermo y para que mantenga la cabeza ocupada te tiene a ti.
-Menuda responsabilidad, ¿y no se aburre con lo sosa que soy?
Los guardias de seguridad, algo alertados comienzan a separar a la mujer de la mesa de firmas, consigo sentarme y coger el ejemplar que sostiene entre sus manos arrugadas. Al fijarme observo a una anciana cansada, de mirada impotente.
-¿A qué nombre lo firmo?- le digo con algo de pena, sabiendo que ponga lo que ponga jamás conseguiré hacerla feliz. Que su hijo, al que me imagino ya mayor, siempre con el mismo pijama desgastado, no deja sola ni un momento. Arrastra los años con pesadez, deseando que una noche al cerrar los ojos no vuelva a abrirlos. Quizás el paso del tiempo la asume en un túnel negro de conformismo, ya no sabe cómo tomarse que su  hijo, ya mayor para seguir viviendo con ella, no sepa ni prepararse el maldito vaso de leche que le hace llevarle a su habitación todas las mañanas, y siempre con una sonrisa.
-Al de mi hijo, se llama Javi.  Llevo haciendo cola desde temprano. No sabes lo pesado que se ha puesto cuando supo que venías, se había puesto su mejor traje que me hizo comprarle, pero a última hora le ha dado un ataque de pánico.
-Vaya, lo siento. 
Cojo el bolígrafo de color azul preparado para la larga firma de libros que me esperaba. La gente empieza a impacientarse y se oye algún que otro insulto proferido hacia la anciana.
Abro el libro, y me concentro en buscar en mi celebro las palabras adecuadas, revuelvo las letras, las coloco en una pizarra imaginaria formando frases, para deshacerlas y volver a dejarlas en una bolsa atada con nudo. 
Escribo: “Para Javi, espero que este libro te haga volver a inventar otro final, espero que cuides de tu madre y te cuides a ti mismo. Te agradezco todo el cariño y espero que a la próxima firma nos veamos. 1 beso y mil gracias.” 
Cierro el libro casi obligada por mi representante.
-Debes ir más rápido, si dedicas tanto tiempo a cada uno de la cola podemos morirnos hasta que acabes, reina.- me susurra al oído pronunciado la última palabra separando las sílabas y alargando la última letra.
Le entrego el libro junto a una foto ya firmada.
-Gracias, y déselas a su hijo también.
Parece querer decir algo más, pero las seis chicas de camisetas “Love  Reino de los Cielos” entran saltando sobre el pequeño escenario y se abalanzan a mi lado para fotografiar el momento.
-Cuídate de él. –me parece entender a través del barullo.
-¿Cómo dice?- le grito sacando la cabeza entre los mil brazos que me arrastran a una foto debajo del cartel con mi cara.
La mujer se da la vuelta guardando el libro entre sus pechos, con mirada hostil y encorvando la espalda se marcha a paso rápido a través del gentío que sonríe, hace fotos y grita.
-¡¡¡¡Te adoro!!!! –me gritan al oído.
-Gracias- respondo.
Y así, firma a firma, foto a foto, abrazos y piropos, paso una mañana que se hace infinita. 

-Ya hemos llegado a su piso.
Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, un señor trajeado, con olor a perfume de dinero había entrado al ascensor y me observaba extrañado.
Me hace una mueca elegante mientras recoloca su pelo engominado y guarda unas gafas de pasta negra en el maletín. 
-¿Cansada? Supongo que ser famosa debe cansar, ¿verdad?.
Me dice sosteniendo la mirada.
Salgo al pasillo sin contestar.
-Señorita, se le ha caído esto.
Me da un libro, el último que había quedado en las estanterías del centro comercial. Y que como un fetichismo había decidido guardarme.
-Gracias- le respondo.
Sus manos son suaves, de uñas perfectas, y como si supiera de ello roza las mías con dulzura, dejando que su piel y la mía entren en contacto.
Las puertas del ascensor se cierran justo en el momento en el que el tacto de sus manos se hacía insoportable.
Entro en la suite caminando rápido. Sin saber que entre las páginas del libro se esconde la invitación al final de mis días.