En la habitación solo quedan dos mujeres, una de ellas que viste rigurosamente de negro llora desconsoladamente, la otra susurra una letanía, probablemente una oración.
El ataúd está abierto, en él se puede ver a un hombre muy mayor de rostro blanquecino. Un bulto le cubre la mitad de la cara, provocado por la enfermedad que le había transformado la sangre en dolor. La mujer que lloraba se despide del muerto con un beso en la mejilla y se marcha dando un portazo, la otra queda sola en el centro de la habitación, parece tranquila y con una agilidad desmesurada para su edad golpea el ataúd con fuerza.
-Ya está, no queda nadie, puede marcharse- le dice al muerto colocándole sobre el pecho un sobre con dinero- gracias por sus servicios.
El muerto se levanta, se quita la máscara que cubría su bello rostro y sonríe a la mujer.
-Gracias, nunca me habían pedido nada parecido, pero hacer de muerto es fácil.
Sin más despedidas el joven se marcha.
Una vez verdaderamente sola, golpea el armario empotrado que cubre una de las paredes del salón con los nudillos.
-¿Puedo salir?-una voz grave suena de dentro del armario.
-Sí, estamos solos, ya ha acabado tu funeral.
El hombre asoma la cabeza, es un anciano enfermo, con el rostro exactamente igual que la careta del actor, un bulto le nubla la visión de un ojo…
-¿Cómo ha estado?¿ha venido mucha gente verdad?
-Sí, tu funeral ha sido perfecto.
La pareja se coge de la mano y se funden en un tierno abrazo.
-Siempre has sido muy curioso- le dice la mujer.
-Ahora sí querida, puedo morirme en paz.