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martes, 14 de mayo de 2013

Confesión (pequeño teatro)


En escena una mesa sencilla, con una cafetera en uno de los lados y un montón de vasos de plástico apilados. Dos sillas colocadas una enfrente de la otra en sitios opuestos de la mesa.
En uno de los laterales del escenario se proyecta una imagen de un ventilador antiguo dando vueltas, un sonido que se escuchara de fondo durante todo el acto. La idea es que el público se encuentre molesto desde el primer momento.
Un hombre sentado en una de las sillas parece nervioso, se agarra la cabeza, el pelo y se mece constantemente, parece contrariado, asustado. Se mira las manos que restriega cada pocos segundos con ansia. 
Pasados unos minutos entra un policía a medio vestir, lleva la chaqueta del uniforme en la mano, va despeinado y con la camisa a medio abrochar.

-¿Señor González?
-Sí, el mismo. Puedo enseñarle el DNI si no me cree. (Responde rebuscando en sus bolsillos)
-¿Por qué no voy a creerle señor González?
-No lo sé, su cara, me mira raro. Como si esperara que todo lo que voy a decirle es mentira. Y eso me pone realmente nervioso.
-Señor González, yo estoy aquí para escucharle, me ha hecho llamar a las tres de la madrugada para algo importante, siento no tener otra cara que mostrarle excepto la mía de sueño. ¿Quiere un café? (Dejando en la silla libre su chaqueta)
-No, no bebo café nunca, me irrita. (El policía se sirve una taza) Y usted tampoco debería, su olor me da arcadas.
-Vaya, a mí me irrita que me despierten (le responde oliendo al café de la taza y acercándoselo para provocarlo), pero olvidando esto, ¿le parece bien que comencemos?
-Sí, ya no aguanto más, creo que mi conciencia me va a hacer estallar la cabeza. (El policía se sienta mientras da vueltas a la taza de café)
-¿Fuma?
-No, no fumo, no bebo, no suelo drogarme, estoy limpio.
-¿Y le importa si fumo? (le responde sacando un cigarro y encendiéndose sin esperar su respuesta).
-Haga lo que le salga de los huevos, pero empecemos ya ¡joder! ¿Intenta ponerme nervioso? ¿Es lo que pretende verdad?
-Cálmese, vivir tan irritado causa problemas mentales. Salen arrugas, estrés, insomnio, mal humor… e incluso en casos extremos pierden la educación con la autoridad y acaban en las duchas de las cárceles recogiendo todos los jabones, ¿entiende?
(No hay respuesta, solo un silencio incómodo roto por las exhalaciones del humo del cigarro, el cual acaba y apaga encima de la mesa).
-Muy bien, empecemos. Le recuerdo que esta conversación va a ser grabada, hay dos cámaras grabando la sala y esta grabadora que colocaré en la mesa, ¿alguna objeción? (saca de uno de los bolsillo una pequeña grabadora que coloca a pocos centímetros del otro hombre) De acuerdo. Dígame, ¿qué tiene que contarme?
-Señor, he cometido un asesinato.
-¡Vaya! ¿Un asesinato? ¿Está seguro?
-¿Puede no estarse seguro? Cuando la deje en el suelo le aseguro que no respiraba.
-¿Puede darme más detalles?
-No pude contenerme, se había puesto muy pesada, se contoneaba a mi alrededor, buscando mi calor una y otra vez, yo estaba ocupado, tenía que hacer una entrega de un proyecto en pocas horas y necesitaba concentrarme, pero ella, ¡joder! Una y otra vez entraba al ataque.
-¿Puede contarme cómo sucedió?
-Acababa de sentarme enfrente del ordenador, me esperaban varias horas de trabajo debía preparar un informe detallado sobre la evolución de los resultados de una empresa. Llevaba apenas tres líneas cuando noté su presencia en la habitación. Al principio notaba sus ojos clavados en mi espalda, pensé que se cansaría de su juego y se marchará cuando no le prestara atención. Pasados unos minutos avanzó hacia mí y empezó a juguetear con mi cuello dándome caricias suaves, como si sus manos fueran unas alas ligereas, me susurraba en el oído, decía cosas obscenas, realmente desagradables para esas horas de la mañana. Hacía calor y mi cuerpo empezó a sudar, quizás por el nerviosismo de la situación, o por la presión que sentía por acabar el trabajo.
-¿Entonces usted decidió que ante una actitud tan provocativa ella merecía morir? No le entiendo, ¿por qué no le dijo simplemente que ese no era el momento para… ejemmm… digamos intimar?
-Le juro y perjuro que mantuve una conversación seria con ella, le advertí que no estaba de humor, pero cuando ya paso a jugar con mi oreja… ahí ya la rabia invadió mi cuerpo. Sólo fue un leve empujón, pero no debí controlar mi fuerza pues salió volando hacia la pared y oí un leve golpe cuando su cuerpo chocó contra el gotéele.
-¿Y así acabaste con ella? ¿Con un golpe?
-¡Ni mucho menos! ¡La muy cerda no se rendía! Se levantó del suelo en un movimiento rápido y se lanzó a mis brazos, la notaba por cada parte de mi cuerpo, entraba al ataque una y otra vez, mi cuello, mis brazos, invadiendo mi boca con violencia… ¡Qué pesada Dios! ¡Qué pesada! Notaba como mi vena izquierda se hinchaba.
-¿La vena izquierda?
-La izquierda y los cojones, que empezaba a tocármelos de una manera sobrehumana, no pude más. Me levanté del escritorio y comencé una lucha violenta contra ella. Debía detenerla, tenía que trabajar ¿entiende?, mi trabajo lo es todo, solo necesitaba unas horas de paz y luego cedería a su acoso con paciencia.
-¿Ella se resistió? ¿Lucho por vivir? Sabe que todo esto es muy grave.
-¡Sí! Corría, pero se paraba cada pocos segundos para observarme. Estaba provocándome, esa es la palabra, la muy puta se lo estaba buscando, y sus ojos, que me parecían cientos gritaban “acaba conmigo”.
-¿Y acabó?
-¡Acabé! ¡Oh sí! Cuando conseguí atraparla con mis manos y la tenía bien sujeta podía escucharla dando pequeños grititos, como zumbidos.
-¿Zumbidos?
-Y quería escapar pero… jefe, ¡le aplasté!, le di varios golpes fuertes en la cabeza con mis puños que le dejaron medio atontada. Y entonces… le golpeé, una, dos y tres veces. Por todas las noches de insomnio donde no dejaba de hablar y molestar, por aparecer cuando no debía y desaparecer sin avisar durante días o incluso meses, ¿pensaba que yo aguantaría sus formas sin rechistar? ¡Pues exploté! Ya la tenía sometida a mi voluntad y no sé cómo, pero cuando quise darme cuenta estaban todos sus órganos desparramados, un líquido verdoso, una forma amorfa entre mis manos.
-¿Líquido verde?
-Sí, fíjate si era rara la asquerosa, encima la hija de puta había manchado mis hojas del escritorio con sus tripas.
-No consigo entenderle, ¿no hubiera sido más fácil firmar los papeles del divorcio? ¿Quizás terapia para controlar su agresividad? ¿Cree que ha merecido la pena matar a su mujer?
-¿Mi mujer? (ríe a carcajadas) ¡No! ¡No! Mi mujer está muy viva, se lo aseguro.
-¿Entonces hablamos de su amante?
-¡No, por Dios! Yo nunca he tenido amantes, ni tendré, mi mujer lo es todo para mí.
-No consigo entender nada. (Comienza a hacer espavientos para espantar a una mosca que ha entrado en escena y empieza a incordiar a ambos, sabemos que es una mosca porque se ha empezado a escuchar su zumbido) Hablamos de que ella entra en su despacho y le intenta acosar sexualmente, usted se niega, cosa que me resulta…curioso, por llamarlo de alguna forma y entonces acaba con su vida de una manera violenta.
-Resulta difícil de creer, lo sé. Pero estoy aquí porque quiero cambiar, necesito pagar por este crimen. Merezco ser encerrado. (Espanta la mosca con ambas manos)
-¿Y el cadáver lo enterró? (vuelve a espantar con gestos la mosca) ¡Puta mosca!
-El cuerpo está en mi casa, me cuidé de dejarlo en un lugar visible.
-¿Puede esperarme unos minutos? Voy a avisar a una patrulla para que vayan a su casa y comprueben la veracidad de sus palabras, no sabe la cantidad de locos que llegan aquí contando mentiras.
-Haga lo que haga falta.
El asesino queda solo en escena, sentado delante de la mesa y del café que el policía ha dejado encima de la misma.
No para de mover los brazos para quitarse de encima una mosca (cuyo sonido ha aumentado).
Observa el vaso, como en una lucha interna y con un violento gesto bebe de un trago su contenido y lo estruja entre sus manos con furia.
Ahora, que el sonido del batir de las alas de la mosca se hace insoportable inicia un combate con la misma. Saltando, dando palmas, patadas, soplidos, golpes contra la mesa, contra el suelo, se da tortazos en la cabeza, en el pecho, en las piernas… con una violencia extrema y con gritos de furia.
De repente en una palmada al aire, el sonido de la mosca cesa. Abre sus manos con cuidado y al descubrir el cadáver del insecto se tira contra el suelo y se mece en una llantina que comienza con quejidos rítmicos.
El policía vuelva a entrar.
-Señor González, una pareja de agentes van en dirección a su domicilio, ¿quiere contarme algo más? (al verlo en el suelo y llorando a mares se acerca con preocupación) ¿Pasa algo?
-¡Sí! Acabo de repetirlo.
-¿Perdone?
-He matado de nuevo, crea adicción.
-Aquí sólo estamos usted y yo, ¡cálmese! ¡Hágame el favor de levantarse!
-La he matado, una nueva, una nueva, una mosca. ¡Las odio! ¡Las odio! ¡PUTAS MOSCAS! ¡SOIS TODAS IGUALES!