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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Usuario 33


La puerta de la habitación es golpeada con toques rítmicos, tres toques, dos silencios, tres toques, dos silencios, los cuales irremediablemente me sacan del trance en el que entro cuando escribo. Y eso me pone de tan mal humor que soy capaz de escupir en la cara de cualquiera como una llama. Abro la puerta con furia, sin molestarme siquiera en ponerme la bata.
-Señorita Martin, le esperan en el comedor. Es importante- dice un niñato vestido de uniforme rojo desde el pasillo y a una distancia prudente.
-Importante es que termine la novela, debo entregarla pronto, y si un chico con gorrito de mono viene a molestarme ni bajo al comedor ni escribo.
-Lo siento, pero la Señora Alicia le espera bajo, es urgente y me ha dicho que si se negaba la obligara.
-¿Obligarme? Mira chaval, de buena mañana soy una completa diabla, me falta la cola porque cuernos ya tengo. Asique dile a Alicia del País de las Maravillas que lo que me enseñó anoche fue horrible. Que necesito pensar si acepto o no. Ahora mismo no quiero verla. Gracias.
Cierro la puerta con el pie.
Joder, esto supera lo irónico. Llego a una supuesta fiesta, lo que encuentro es a una mujer canosa que me retiene en un sillón y me cuenta…bueno, lo que me contó viene después.
Debo escribir la segunda parte de mi novela, ya tiene fecha de salida y apenas consigo salvar a mi personaje de pasar un paso de peatones sin ser atropellada por un camión de basura.
Coloco mis dedos en las teclas desgastadas de mi portátil  y ¡toc! ¡toc! ¡toc!, los toque en la puerta de nuevo.
-No pienso abrir- le grito con furia desde el pequeño escritorio de la habitación.
Los golpes cesan tras quince eternos minutos en los que me lleno de paciencia. De repente el silencio. El prometido silencio que se anuncia en el folleto que me mandaron del hotel junto  a la invitación a la “fiesta”.
De repente una risa floja detrás de mí me hace estremecer. Me doy la vuelta asustada, sintiendo en mi nuca la mirada penetrante de alguien.
-Pero, ¿cómo…?
En la puerta esta la señora Alicia, me observa divertida.
-Le espero bajo en 10 minutos, vístase y disfrutemos de un desayuno agradable.
-Pero.
-No es una opción señorita, o baja o me veré obligada a volverla a atar a una silla.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Usuario 33



Apenas había tocado la cena que un amable señor había subido a mi habitación en bandeja de plata.
Un sangriento chuletón acompañado de verduras, vino fresco y un trozo de tarta de chocolate reposaban seguros en sus delicados platos, no pensaba comer bocado, el estómago era como una bomba a punto de estallar, rugía como un león feroz de circo cada vez que acercaba el tenedor a mis labios.
Había pasado uno de los peores días de mi vida, lo que supuestamente iba a ser una simple reunión de escritores noveles había resultado una encerrona para obligarme a… bueno, eso viene más tarde.
Me descalzo y me quito las medias lentamente.
Las bajo poco a poco, haciendo un pequeño rollo con ellas y  dejando que mi piel respire. Me deshago de la falda azul y la camisa blanca con la facilidad de una gogó de discoteca…y bailo encima de la cama riendo a carcajadas. De repente imagino la cara seria, llena de arrugas de responsabilidad de mi representante, si me viera por un pequeño agujero quizás se asustaría tanto que cancelaría el contrato.
Soy una estúpida, debo dejar de hacer estas cosas, me digo a mi misma. Ya no puedo ir por la vida siendo una completa loca, ya no soy una desconocida.
Me doy una larga ducha cantando a pleno pulmón, intento olvidar la maldita noche que decidí contestar que sí a la invitación a este hotel, dejo que el agua caliente se deslice por mi cuerpo y relaje mis músculos.
Todavía con el pelo mojado me adentro en la cama de sábanas suaves, pero antes de dejar que me arrastren en una dulce nana hacia un sueño cálido, enciendo el ordenador y repaso uno a uno todos los correos de los “seguidores”…por llamarlos de alguna forma.
-Cásate conmigo, te haré feliz…”No, gracias, ya soy feliz” contesto con agilidad.
-En la contraportada de tu libro pareces una puta… “Gracias, eso intentaba”.
-Tu libro me ha ayudado mucho, lo he leído y releído y sólo puedo decir gracias….”Gracias a ti, pero no lo leas tanto, causa traumas varios y no quiero ser la responsable”.
-¿Cómo pudiste llegar a crear una historia tan disparatada y tan llena de ideas horribles sobre asesinatos?, no entiendo como alguien como tú no esta en prisión… ”Soy una loca, es fácil, enciendo el ordenador y escribo, leer correos como los tuyos me hacen imaginar muchos métodos de tortura, no te preocupes, pronto acabaré en la cárcel, sino ya”.
-Pequeña zorra, morirás…”dime cuándo, así organizo mi agenda”.
-Tu libro es de 10, enhorabuena…”Gracias, de 10 no lo sé, pero me ha costado parirlo más que a un hijo de 30 kilos”.
Y así alrededor de cincuenta mensajes.
Sin embrago, las amenazas de un mismo usuario me ponían los pelos de punta, siempre alrededor de la misma hora, los mensajes del usurario 33 llenaban mi correo, pero me habían dicho que era normal. Que pronto se cansaría."Usted señorita es la novedad, carne fresca", dijo el policía que me recibió al poner la denuncia.
Apago el portátil pensando que quizás lo que he vivido no ha sido real, ¿cómo es posible que una simple escritora de una novela se vea envuelta en la resolución de un crimen?.
¿Crimen? Sí.
Pero eso viene más adelante.
Buenas noches, intenta olvidar este día, me digo a mi misma colocando la alarma del móvil a una hora temprana.
Apago la luz.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ojalá


Recorro el camino según me indica el gps del móvil. El trayecto en coche con la única compañía de la música de una tranquila emisora sin anuncios, había sido relativamente corto. Perdida entre carreteras secundarias y paisajes nuevos.
Ahora, en una pequeña área de servicio dejo el coche aparcado y recojo la pequeña maleta que cuidadosamente había preparado para este viaje. Varias fotos, retales de recuerdos, tu perfume, tu mal humor al llegar del trabajo, las noches en las que tú dormías mientras yo contaba sombras, las llamadas que no llegaron, el frío que se había colado como un intruso en nuestra habitación y que danzaba sin permiso dentro de mis dedos, las copas de champán que deberíamos haber tomado, los besos que se guardaron y se perdieron.
Estudio con detalle la ruta que el gps me marca.
Camino recto, arrastrando la maleta.
Hace frío, tanto que empiezo a notar como mis manos pierden su color, empiezan a amoratarse, a doler, pero continúo el sendero a través de un frondoso bosque.
Paso a paso, voy dejando mis huellas y el aliento.
Casi sin fuerzas y con la cara tan congelada que parecía de hielo, la ridícula y amable voz del gps me informa que “ha llegado a su destino”.
Allí no hay nada, es un claro en lo alto de una pequeña montaña, llena de arboles medio desnudos que se estremecen por la casi llegada de la cruel luna y su luz banquecina.
Una vez allí, abro la maleta y esparzo su contenido.
Me dijeron que desde la distancia, todo se observa mejor.
Quizás desde aquí pueda encontrar la magia y efectos especiales que se supone teníamos tú y yo.
Rehago el camino de vuelta con media sonrisa.
Ojalá, pienso.
Ojalá.

sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Y tú cantas?


Los gritos retumban en las paredes, recorren los pasillos danzando hasta legar a mis oídos.
Quizás es el paciente de la planta 3, aquel que anuncia el fin del mundo cuando el sol cede su puesto a la luna, cuando empieza a llover, cuando un perro pasea con su dueño cerca del psiquiátrico y él lo observa a través de las ventanas, incluso aquella vez que decidí cambiar el color del pintalabios en una de sus consultas por un rojo más intenso, pensó que eso era indicativo del principio del final. 
O puede que sea la chica de pelo rizado de la habitación 34, ella sigue esperando que las sombras de una antigua relación retornen, apenas consigo mantener una conversación con ella sin que se atragante, pensando que llega tarde a una cita ficticia que nunca se produjo.
Hoy es un día rutinario, cuestionarios a rellenar, seguimiento del avance de los pacientes más graves, nuevos ingresos, bajas… 
Llaman a la puerta con dos golpes fuertes. Dos celadores entran a un paciente en silla de ruedas.
-¿Dónde lo ponemos? Esta alterando a todo el comedor.
Es el paciente 22, un chico joven, de mirada azul cielo y un pasado todavía por escarbar. Las sesiones intensivas apenas han resultado efecto.
Sólo conocemos su nombre, algún que otro dato básico y  la melodía que tararea una y otra vez.
-Dejarlo aquí. Hablaré con él. Y chicos tener calma. Nadie os dijo que este trabajo fuera fácil. 
Ellos se retiran ahora más relajados, satisfechos de eliminar el problema de raíz.
Una vez a solas con el paciente 22 abro su expediente y releo mis escasos apuntes de la observación a la que le sometí cuando entró en el psiquiátrico.
-¿Y bien Carlos? ¿estas bien con nosotros?- se que su respuesta será el silencio así que continúo- quiero que te sientas en familia, que hables conmigo, yo estoy aquí para ayudarte.
Me observa, fija sus pupilas en mi rostro, me analiza, casi diría que yo soy la paciente en lugar del médico.
-Carlos, esa canción que cantas… pone nerviosos a todos, ¿lo haces para llamar la atención? ¿sientes que no te prestamos atención? ¿crees que deberíamos tratarte de otra manera?
Niega con la cabeza, una, dos, tres veces para parar en seco y sonreír.
-Vaya Carlos, eso es un paso. ¿Quieres decirme algo?
-¿Y tú?
-¿Yo? ¿Perdón?
-¿Quieres decirme algo? 
-Quiero ayudarte.
El paciente se mueve en la silla de ruedas algo incómodo. Sigue sonriendo, como si una máscara teatral cubriera sus verdaderos sentimientos.
-Dí lo que sientes Carlos. 
-Siento miedo, la voz, la voz me dice que debo matarte a ti y a todos, descuartizar tu cuerpo y esconder tus trozos por los cajones de tu despacho, solo la calmo cantando, es como una nana, así se relaja.
Calla tapándose la boca con las dos manos, escupe, se remueve en la silla y comienza a susurrar la canción para acabar gritándola.
Tres celadores entran en el despacho cuando marco en el interfono el número 12, urgencia.
Atan al paciente a la silla y lo retiran para encerrarlo en su habitación bajo un sedante.
Es un paso, ya conozco más datos, empiezo a apuntarlos con letra clara en su expediente. Mientras inconscientemente comienzo a cantar.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿Qué quiere de mí?


La bebida recorre el camino desde la robusta barra a las mesas con la velocidad de un huracán en plena acción. Acalla las desgastadas gargantas ansiosas de alcohol de los huéspedes y clientes que de forma excepcional esta noche llenan la pequeña taberna.
El canoso tabernero limpia sus manos con un trapo antes blanco, mientras sonríe al ver aumentar su pequeño saco de monedas. 
Una troupe de artistas itinerantes, en un escenario improvisado interpretan el primer acto de una divertida comedia, despertando carcajadas y aplausos de un público algo borracho.
La puerta de la taberna se abre con furia. Un caballero con botas altas, capa negra y una prominente barba avanza dando zancadas furiosas hacia la barra.
Observa su alrededor mientras en su cara se refleja la viva imagen del asco y la furia contenida. Su mano, con los nudillos en tensión descansa sobre una espada todavía envainada, pero amenazando con cortar cualquier cabeza.
-¡Tabernero! ¡necesito una bebida fuerte! …¿puede decirme porqué hay tanto escándalo? ¿acaso regala los servicios de una ramera? ¿su mujer quizás?.
El tabernero, acostumbrado a lidiar con borrachos y algún que otro noble con los humos subidos, recita con una radiante sonrisa el listado de los platos y bebidas que puede servirle. 
-¡Estiércol! ¡Me ofrece estiércol!… he ido a parar al peor pueblo, gente sin educación, comida que parece paja de un establo, mujeres entradas en carne y casi sin dientes…. 
El caballero empieza a enfurecerse, escupe copiosamente como un pequeño riachuelo cuando habla.
-Señor, usted cálmese, bébase esta cerveza mientras yo bajo al almacén a prepararle algo de comer, le puedo asegurar que todo lo que sirvo es de alta calidad.
El tabernero se pierde en la oscuridad del almacén, prepara en una bandeja un plato con la poca sopa que queda en el caldero, un generoso trozo de pan con mantequilla y algo de embutido y un trozo de tarta de chocolate recién hecha.
Sube los escalones concentrado en no derramar ni una gota de la sopa que baila dentro del cuenco.
Se extraña del repentino silencio de la taberna ¿se han marchado todos? ¿porqué ya no ríen?.
Al abrir la puerta que le separa del salón, admira horrorizado la obra de arte del orgulloso caballero.
En sus manos descansa la espada, chorreando un hilo de sangre que cae golpeando contra el suelo de madera. Las cabezas de los actores y actrices separadas de sus cuerpos dejan una estampa escalofriante. Cuerpos mutilados, sangre, olor a muerte. Silencio.
-Pero ¿qué ha pasado aquí?- dice temblando y dejando caer la bandeja a sus pies.


-Gritaban mucho, apestaban, merecían morir, seguro que ahora están mucho mejor. Les he ahorrado seguir viviendo en un mundo que no es para ellos. ¿Y bien? ¿qué me ha preparado?  Tengo que decirle que mi paladar es muy exigente y que mi espada lo es más que yo.
-Po…po….por favor… ¿qué quiere de mí?.