Visitantes

domingo, 13 de enero de 2013

¿A qué nombre lo firmo?


Llegado a este punto creo  que debo explicaros cómo he llegado a esta situación. 
Hace algunos años decidí guardar en una maleta todos mis vestidos y zapatos, libros y recuerdos y viajar en busca de un futuro. Había estudiado periodismo y los trabajos a los que había optado no eran lo que había soñado.
Nada más acabar la carrera trabajé como azafata en un programa de televisión llamado “Si quieres amor, búscalo”, enseñaba pierna y escote durante las dos horas de emisión con una sonrisa eufórica, hasta que una de las noches en el plató, un adorable anciano que acudía en busca de una segunda oportunidad con su sufridora mujer, dejo por un momento que sus arrugadas manos descansaran en mi trasero, acompañando la escena con un sonoro “nena, estas para crujirte”. El sonoro bofetón justo cuando el presentador daba paso de publicidad, me costó el despido inmediato.
Tras esta desastrosa experiencia, he trabajado como reportera de informativos, ya sabéis esas chicas que mandan a pueblos alejados y que mirando a cámara tratan de disimular los temblores mientras  dicen “sí, efectivamente, como podéis comprobar esta nevando copiosamente y las previsiones confirman que esta noche va a ser fría” micrófono en mano y sufriendo un 40% de congelación corporal. Tardé unas semanas en dejar el trabajo tras recorrerme media geografía española.
Después vinieron las columnas de opinión, que me llevaron a una editorial que se interesó por ellas. Publicaron mi primera novela sin apenas pagarme… asique me refugié en las abarrotadas calles de Madrid, donde ahora vivo en una apartamento algo cutre en el centro.
Aquí he trabajado de cajera, de camarera, repartiendo publicidad, por las noches escribía sin pensar, y así surgió una nueva novela mucho mejor que la anterior. Tras visitar distintas editoriales con mi mejor sonrisa y escote conseguí un buen contrato y unas manos de confianza que me prometieron la fama que según ellos merecían mis letras. 
Ahora, ¿soy feliz? Pensaba que conseguir mi sueño me alzaría por los aires como un globo y que me mantendría flotando, pero no.
Ahora vivo para cumplir con los compromisos, entrevistas,  recepción de premios, acudir a fiestas, sonreír en los anuncios de mi novela, firmas de autógrafos… y cumplir con el plazo marcado para mi tercera novela.
Aquel día llegaba al hotel tras una firma de autógrafos en una librería de Barcelona, muñeca cansada y sonrisa forzada. Llevaba varias horas firmando ejemplares y agradeciendo con mis mejores palabras que decidan llevarse mi libro a sus casas.
Bajo del taxi pensando en dormir, hibernar como un oso cavernario, dejar que me crezca pelo y esconderme tras de él.
Subo al ascensor justo cuando las puertas se abren, no dejo casi tiempo a que la joven pareja que bajaba a refrescar su amor a la cafetería salga de él.
Ciérrate, ciérrate, le susurro al aparato para evitar compartir el pequeño espacio con ningún huésped.
Marco el piso 4, donde tengo reservada una suite demasiado lujosa, me da miedo pisar esas alfombras o deshacer la cama tan bien hecha, pero según mi “querido” representante “tu cuerpo de reina merece estos lujos, el Reino de los Cielos lo dice todo, incluso el título de tu libro dice que hay que cuidarte, reina”. 
Las puertas plateadas del ascensor comienzan a cerrarse, me doy la vuelta para observarme en el espejo.
Casi ni me reconozco ante el reflejo que me devuelve, acostumbrada a mis coletas altas y escaso rímel en los ojos, ahora observo a una chica que parece mayor, arreglada, bien maquillada, con el pelo liso de peluquería y una mancha de carmín de labios en la frente.
Recuerdo la escena, una señora, la primera de la cola para la firma de libros se había abalanzado a besarme cuando la firma había comenzado.
-Nena, esque me encantas- dice besando cada parte de mi cara, dejando la marca de sus labios pintados de un marrón oscuro.
-Gracias señora, pero no apriete, me va ha romper las costillas.
-¡Qué ilusión conocerte! ¡eres divina! ¡y mírate! (dice estrujando mi cara con dos rechonchas manos de uñas rojas).
-Zeñora, zi me zuelta….
-¡Ay! Ya le dije yo a mi hijo que viniera a verte, te adora, tiene su pared llena de posters de tu libro, guarda recortes de todas las entrevistas que has hecho, de las imágenes que encuentran por internet.
-Vaya- consigo articular zafándome del abrazo.
-Yo le digo que esta obsesionado, hace bocetos a carbón de tu cara y propone finales alternativos a tus libros donde siempre la protagonista acaba mejor. Esta enfermo y para que mantenga la cabeza ocupada te tiene a ti.
-Menuda responsabilidad, ¿y no se aburre con lo sosa que soy?
Los guardias de seguridad, algo alertados comienzan a separar a la mujer de la mesa de firmas, consigo sentarme y coger el ejemplar que sostiene entre sus manos arrugadas. Al fijarme observo a una anciana cansada, de mirada impotente.
-¿A qué nombre lo firmo?- le digo con algo de pena, sabiendo que ponga lo que ponga jamás conseguiré hacerla feliz. Que su hijo, al que me imagino ya mayor, siempre con el mismo pijama desgastado, no deja sola ni un momento. Arrastra los años con pesadez, deseando que una noche al cerrar los ojos no vuelva a abrirlos. Quizás el paso del tiempo la asume en un túnel negro de conformismo, ya no sabe cómo tomarse que su  hijo, ya mayor para seguir viviendo con ella, no sepa ni prepararse el maldito vaso de leche que le hace llevarle a su habitación todas las mañanas, y siempre con una sonrisa.
-Al de mi hijo, se llama Javi.  Llevo haciendo cola desde temprano. No sabes lo pesado que se ha puesto cuando supo que venías, se había puesto su mejor traje que me hizo comprarle, pero a última hora le ha dado un ataque de pánico.
-Vaya, lo siento. 
Cojo el bolígrafo de color azul preparado para la larga firma de libros que me esperaba. La gente empieza a impacientarse y se oye algún que otro insulto proferido hacia la anciana.
Abro el libro, y me concentro en buscar en mi celebro las palabras adecuadas, revuelvo las letras, las coloco en una pizarra imaginaria formando frases, para deshacerlas y volver a dejarlas en una bolsa atada con nudo. 
Escribo: “Para Javi, espero que este libro te haga volver a inventar otro final, espero que cuides de tu madre y te cuides a ti mismo. Te agradezco todo el cariño y espero que a la próxima firma nos veamos. 1 beso y mil gracias.” 
Cierro el libro casi obligada por mi representante.
-Debes ir más rápido, si dedicas tanto tiempo a cada uno de la cola podemos morirnos hasta que acabes, reina.- me susurra al oído pronunciado la última palabra separando las sílabas y alargando la última letra.
Le entrego el libro junto a una foto ya firmada.
-Gracias, y déselas a su hijo también.
Parece querer decir algo más, pero las seis chicas de camisetas “Love  Reino de los Cielos” entran saltando sobre el pequeño escenario y se abalanzan a mi lado para fotografiar el momento.
-Cuídate de él. –me parece entender a través del barullo.
-¿Cómo dice?- le grito sacando la cabeza entre los mil brazos que me arrastran a una foto debajo del cartel con mi cara.
La mujer se da la vuelta guardando el libro entre sus pechos, con mirada hostil y encorvando la espalda se marcha a paso rápido a través del gentío que sonríe, hace fotos y grita.
-¡¡¡¡Te adoro!!!! –me gritan al oído.
-Gracias- respondo.
Y así, firma a firma, foto a foto, abrazos y piropos, paso una mañana que se hace infinita. 

-Ya hemos llegado a su piso.
Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, un señor trajeado, con olor a perfume de dinero había entrado al ascensor y me observaba extrañado.
Me hace una mueca elegante mientras recoloca su pelo engominado y guarda unas gafas de pasta negra en el maletín. 
-¿Cansada? Supongo que ser famosa debe cansar, ¿verdad?.
Me dice sosteniendo la mirada.
Salgo al pasillo sin contestar.
-Señorita, se le ha caído esto.
Me da un libro, el último que había quedado en las estanterías del centro comercial. Y que como un fetichismo había decidido guardarme.
-Gracias- le respondo.
Sus manos son suaves, de uñas perfectas, y como si supiera de ello roza las mías con dulzura, dejando que su piel y la mía entren en contacto.
Las puertas del ascensor se cierran justo en el momento en el que el tacto de sus manos se hacía insoportable.
Entro en la suite caminando rápido. Sin saber que entre las páginas del libro se esconde la invitación al final de mis días. 

6 comentarios:

  1. Bueno, que haya pasado tiempo sin verte por aquí es como haber añejado el vino. Me he dado un buen trago. Muy lindo su relato, señora.

    ResponderEliminar
  2. 15 minutos de gloria y hay que aprovecharlos. Porque la invitación está en todas las páginas de todos los libros y los días...Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Has tardado dos meses y medio pero ha valido la pena esperar.
    Espero que el próximo lo publiques antes del verano.

    :P

    Besos.

    ResponderEliminar
  4. "zeñora, zi me zuelta" lo he visualizado, oye, perfectamente. también estaba en el ascensor, susurrándole que arrancara rápido, que cerrara las puertas para subir solo, tranquilo. esa invitación final ha sido como soltar la imaginación al aire, para que volara libre. vamos, que sigues escribiendo tan bien como siempre. me alegre leerte de nuevo.

    ResponderEliminar
  5. Magnífico relato que merece la pena leer.
    Saludos

    ResponderEliminar
  6. Es un relato interesante y lleno de esas peculiaridades que tan bien sabes detallar.
    Un abrazo en la noche.

    ResponderEliminar

Deja tus combustiones mentales, siempre son importantes y me hacen sonreír.