“El hotel Mandaril Oriental
Barcelona quiere agradecerle que nos haya elegido para asegurar su descanso”.
Si supiera que apenas me dejan
elegir ni el color de mis bragas, quizá no dirían eso.
Harta de formalidades por el
reverso de la nota escribo:
“Las flores olían demasiado a
campo sureño, a vida, exijo que la próxima vez me regaléis un gato muerto,
tapéis los espejos y tapiéis las ventanas. Odio la luz, la vida y a todos en
general. Firmado: una escritora con
alardeos de grandeza”.
Termino de escribirla pensando en
la cara del pobre empleado que la encuentre,
mi intención no es más que crearme la fama equivocada, siempre hablan de
mí, y si lo hacen que lo hagan mal, es más divertido. Río a carcajadas, tanto
que el estómago termina quejándose con un pinchazo violento.
Una caja de bombones que sí
agradezco con un aplauso al aire, no tarda en desaparecer para apaciguar el
hambre que mi estómago demuestra con rugidos, susurros en algún idioma difícil
de entender.
Me quito la ropa rápida y sin más
que la ropa interior como traje de noche y unas medias negras, enciendo el
portátil para repasar la agenda del día siguiente.
El correo de mi representante
dejaba todo detallado.
Lo leo con calma, cansándome por
momentos con cada cita y hora remarcada en letras rojas, tras pensarlo le
respondo sin mirar el teclado: “Muy bien organizado, pero ¿cuándo me dejas
respirar?”.
Me froto las manos, es hora de
responder los correos, algo mecánico pero que en las últimas semanas me
abstraía y divertía.
Pasados 20 minutos de mensajes
amables, otros picantes y disparates varios, llego al mensaje del “Usuario 33”
siempre presente. Lo abro con miedo, indecisa de si debo apagar el ordenador y
olvidarlo.
“Hola, ¿cansada? ¿Quizás sentada
en la cama del hotel? Supongo que has entrado sin fijarte que en la mesita de
noche tienes una carta muy especial pequeña zorra. Tu firma de libros ha sido
un éxito ¿verdad? Te he estado
observando, estabas bellísima, parecías una auténtica puta de lujo, deseando
que me acercara y te hundiera las manos en el cuello.
Apenas me has mirado, sólo una
vez, sólo un momento en el que has parado tus ojos en mí, ha sido la sensación
más agradable de mi vida. Los he imaginado en un frasco de cristal en mi
escritorio, quedarían genial, así me mirarías siempre. Ese es tu destino. Por
cierto, ¿y los bombones? ¿Estaban buenos?”.
Angustiada aparto el ordenador,
empiezo a notar como mi garganta arde, siento arcadas y un calor asfixiante se
hace dueño de mi cuerpo.
Corro hacia el impecable baño, y
llevándome los dedos a la garganta me provoco el vómito con rapidez. Vomito
tanto que unas pequeñas pecas rojizas por el esfuerzo hacen aparición en mis
mejillas.
Arrastrando los pies me visto de
nuevo con la misma ropa, sin molestarme en buscar otra camisa en la maleta ni
en lavarme los dientes y salgo al pasillo, donde sentándome en el suelo llamo a
quien sé que me socorrerá con urgencia, o para eso le pago, a Alexander, mi
fiel representante.
-Dime mi Reina de los Mares más
divina del universo.- me responde tras tres tonos.
-Ven Alexander, necesito que
vengas. (Mi voz empieza a quebrarse, siento cómo los sollozos luchan por
salir). Ha vuelto a pasar y esta vez ha ido a más. Me podía haber matado…podría
estar muerta ahora mismo.
-¿Qué ha pasado? Tranquila, voy ya,
yo me encargo de llamar a la policía, en menos de lo que te imaginas estoy
allí, ¿sabes si….?
Ya no oigo nada más, me fundo en
un llanto, dejando que las lágrimas desmaquillen mi piel, que mi ansiedad salga
a la luz, sin importarme que nadie me vea.
El peligro del dulce.
ResponderEliminarBesos.
Lamentablemente a veces es mucho más fácil hacer daño que hacer el bien, sin embargo a tu protagonista le venía bien un poco del aroma del campo..porque todos tenemos nuestros puntos vulnerables.
ResponderEliminarJopetas. (Alexander...)
ResponderEliminar¿Y la carta de la mesita?
ResponderEliminariván era un esbirro del malévolo usuario 33! esto se pone muy interesante...
ResponderEliminargenial.... dejas en el aire si efectivamente los bombones son ... ferrero roché :)
ResponderEliminarme ha encantado
Estoy alojada en la habitación 31. Supe que una escritora se alojaba aquí por los cuatro reporteros del hall.
ResponderEliminarCuando he oído llorar al otro lado del tabique, se me ha disparado una alarma interior. Sobre mi almohada no había bombón alguno, sino un possit deseando buen descanso, con la caligrafía del psicópata que vi en la tele mientras comía.
Y supe que no andaba lejos.
Si me permites. Un abrazo.