Estoy en la biblioteca de la Universidad, concentrada en mis apuntes, pero un ruido a mis espaldas me obliga a levantar la vista. El espectáculo al que fui invitada sin saberlo me ha incrementado con creces las ganas de encerarme en mi habitación y estudiar sola, sin la compañía de tal genero dramático.
El ruido que me despista es un eructo, un sonoro eructo de un señor mayor que lee el periódico,
-Perdona, tenga un poco de educación- le dice una chica enérgicamente.
El hombre se levanta, al verse el centro de atención comienza a ponerse rojo y a sudar copiosamente.
-Yo no he hecho nada, habrá sido esta chica- señalando a su compañera de mesa.
-Has sido tú, ¡viejo! –le responde a gritos y propinándole un sonoro bofetón.
En estos momentos la biblioteca es como un bar, se escucha tal barullo que los funcionarios- bibliotecarios se ven obligados a despegarse del asiento e ir a “su paso” a ver que ocurre.
Una vez los bibliotecarios están en el lugar del crimen, intentan calmar los ánimos llevándose el dedo a la boca en señal de “silencio”, aunque no lo sepáis es un técnica psicológica que obliga inmediatamente al oponente a cerrar la boca, es mágico, o eso creen los bibliotecarios.
Los ánimos continúan encendiéndose, el señor-eructo se desmaya.
Nos obligan a desalojar la biblioteca.
He aquí mi productiva mañana de estudio.