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viernes, 21 de septiembre de 2012

Pide un deseo


El camino había sido largo, extenuante. El calor había cubierto mi cuerpo en una capa de sudor que hacía que la ropa quedará convertida casi en una segunda piel. 
Pese al cansancio y las ganas de tumbarme bajo las pocas sombras del camino, mantengo un paso bastante rápido. Ayudada por un pequeño mapa dibujado a mano y con poco pulso, sigo las instrucciones de su autor. Mi querido abuelo, que en sus últimos susurros antes de marcharse a discutir con la muerte, me había confesado que conocía un secreto, “conozco un sitio, es perfecto, allí sentirás que la alegría invade tu cuerpo como si un dulce príncipe entrará dentro de tus carnes e hiciera inspección en tu mina”, dulces sutilezas de mi abuelo.
Una gruesa cruz roja marca una casa de tejas azules, una llave en mi bolsillo llora esperando que sea usada. Quemándome su metal en mis manos abro la puerta con miedo, ninguno conocíamos que entre las propiedades del “viejo” existiera más que el piso del centro.
La casa huele a humedad y a orín, los excrementos de rata decoran el escaso mobiliario.
En el mapa, en letras pequeñas se puede leer “allí sólo tendrás que pedir un deseo”.
¿Locura? ¿demencias febriles? Quizás.
Me siento en una destartalada silla de madera que me devuelve como saludo un escupitajo de polvo.
Quizás haya perdido el tiempo, quizás esta casa abandonada sólo puede aportarme una infección… observo con detenimiento la estancia: tres sillas, una mesa, un pequeño armario con algunas perchas de metal y un vacío de oscuridad, una pequeña lámpara…
Agarro la lámpara y en un gesto de aventurera la froto con fuerza: “vamos genio de la lámpara, he recorrido descampados y caminos de cabras a pleno sol para llegar hasta aquí, ¿apareces?”.
Nada.
“Geeeenio, quieroooo, quieroooo… que caiga una droga del cielo… puro veneno, que haga del mundo un lugar más ameno y respirar, que entre bien dentro…” lo digo cantando a pleno pulmón sintiendo las letras de Robe como propias.
Y ¡¡¡zas!!!. El techo se abre en un estruendo gigantesco, levantando humo, llenándome de escombros y de un dolor en el costado al caer contra el suelo. Entre el humo por el derrumbe, como en un concierto de rock, aparece un hombre descalzo, medio desnudo, con el pelo enmarañado y la piel ennegrecida… en sus manos sostiene una jeringuilla que milagrosamente ha resistido la caída.
Yo río, la carcajada sale de mi cuerpo como si buscara libertad.
No era exactamente lo que había pedido, pero ¿qué puedo esperar de mi abuelo y de sus fábulas?.
“¿Quieres?” me dice el drogadicto con una sonrisa sin dientes.

10 comentarios:

  1. Esperpentica escena, para echarse a orinar y no hechar gota...un relato fuera de lo común, pero interesante...un besote.

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  2. Sabes mantener el suspense hasta las últimas líneas y dar ese toque final con humor y maestría.
    Un abrazo.

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  3. jajajajajaja divina providencia...

    Besos.

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  4. vaya fin yonki para la casa del abuelo.

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  5. Que se abra el techo no es poca cosa, ya tenés una visión más ampliada o alucinada...Un abrazo.

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  6. fantástico, realismo (casi) mágico, droga buena son tus relatos.

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  7. He descubierto hoy tu blog y ha sido casi igual de espectacular que la caída del yonki.

    Seguro que tu abuelo fue una persona genial!

    Un saludo y enhorabuena!

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  8. Me cae bien tu abuelo, seguro que sabía que ibas a pedir droga.
    Besos.

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  9. Es lo que pasa por pedir según que deseos, jajaja. Muy divertido ese final.

    Besitos

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Deja tus combustiones mentales, siempre son importantes y me hacen sonreír.